Semana Santa

Virgen del Carmen: Reina de los Mares y de El Palo

Virgen del Carmen de El Palo

Virgen del Carmen de El Palo / Ana Jiménez

Las camisas blancas con fajines rojos coloreaban las calles de Málaga desde el mediodía. La zona que une El Palo y Pedregalejo se convirtió desde primera hora de la tarde en un ir y venir constante de trajes de marengo que esperaban impaciente las salidas procesionales de la Virgen del Carmen en distintos puntos de Málaga, que un año más, se vestía de gala, no sin pasar un calor sofocante.

Los primeros toques de campana se dieron en la parroquia de Nuestra Señora de las Angustias de El Palo al son de la Salve Marinera, y dando paso a la devoción desatada de un barrio que se rendía a los pies de la Reina de los Mares. Los aplausos inundaron toda la barriada tras cada paso de la Virgen del Carmen, que también parecía refugiarse en bajo las sombras de algunos árboles siempre que podía.

Con paso tranquilo, comenzó el recorrido hasta la playa de El Palo, donde los bañadores comenzaron a mezclarse con los claveles conforme el sol se acercaba al horizonte. Los gritos de los niños jugando en la orilla se solapaban con el redoble de los tambores de la banda de Cornetas y Tambores de Gitanos y la banda de Zamarrilla, que acompañaban a la titular mariana en su recorrido. Abanico en mano, una larga fila de promesa tras la titular mariana marcaba el final del cortejo procesional, que solo se alejaba de la imagen para comprar alguna bebida fría que hiciese más amenas las horas de sol.

Con el atardecer de fondo, los pies manchados de arena cayeron rendidos y, con las rodillas hincada con fuerza en el suelo comenzaba la embarcación de la Virgen. Poco a poco, la imagen inclinada sobre sus fieles y con los niños en brazos de sus padres para acercarlos más a la Virgen entraba en el mar a pulso por los marengos. La Reina de los Mares, abrazada por los devotos y el mar, era la escena del día que se repetía simultáneamente en varias playas de la capital.

Los cohetes se mezclaban con las alabanzas y piropos que se escuchaban de punta a punta de la playa. Los marengos, cogidos de las manos, delimitaban el circulo que solo se rompió por las flores lanzadas por los presentes y por la embarcación, que entraba mar adentro.

Con cientos de ojos mirando como el día se apagaba tras la barca hecha trono por unos instantes, la Virgen volvía a la tierra para emprender el camino de vuelta a su templo. Con la luna como testigo, la emoción se trasformó en lágrimas de quienes portaban el trono al volver a cargar a la Reina de los Mares sobre sus hombros durante las últimas horas de su gran día.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios