Semana Santa

La recreación del Big Bang

LOS científicos del acelerador de partículas del laboratorio del CERN en Suiza han logrado reproducir el fenómeno del Big Bang en sus instalaciones, y eso que Stephen Hawking llegó a apostar diez libras a que no lo conseguirían. Se trata de una especie de fecundación in vitro que permitirá conocer la composición del 25% del universo, cuya naturaleza sólo ha sido descifrada hasta el momento en un 4%. Cabe considerar, no obstante, que determinados acontecimientos que se dan de manera periódica y espontánea en el cosmos emulan, aunque no lo pretenden, el origen de todo. Y no hace falta disparar protones a una velocidad endiablada: basta asomarse a la salida de la Misericordia en El Perchel cada Jueves Santo. Ayer mismo, sin ir más lejos, se dieron en Ancha del Carmen, donde alguna vez existió una Málaga celosa de sí misma, las emociones suficientes para conmover a las partículas elementales y provocar el nacimiento de un universo. Lo que el Chiquito no logre jamás lo podrá rematar el bosón de Higgs: percheleros llegados de los cinco continentes se dieron cita para el reencuentro en la iglesia del Carmen, auténtico bastión de resistencia como rincón último rodeado de suelos prehistóricos cedidos a las inmobiliarias, y asistieron con el corazón en un puño a la puesta en escena de la Pasión en la misma calle en la que se consumió su infancia. La Plaza de Toros de Vieja era un hervidero de sentimientos. Muchos de ellos acompañaban al Cristo o a Nuestra Señora del Gran Poder de nazarenos, o los sacaban a hombros. Uno puede permanecer más o menos impasible ante lo que ve, ante las mujeres mayores que se agarran a las flores en silencio o despiden sus vítores con las pocas fuerzas que les han dejado los años, los padres que llevan a sus hijos para hacerles partícipes de las mejores épocas de sus recuerdos, los vecinos que han comprobado con sus ojos cansados cómo gran parte del barrio en el que invirtieron sus vidas se ha ido cayendo a cachos, por su propio peso, sin que nadie hiciera nada para evitarlo, y acude a la procesión como a un clavo ardiendo para hacer las paces con sus orígenes, esto todavía no me lo han tocado; pero, a la vez, sólo se puede admitir que episodios como éste constituyen una reivindicación meridiana de una ciudad que se niega a ser esquilmada, por mucho que el olvido se venda a precio de trigo y que el AVE deposite diariamente en la estación María Zambrano visitantes llegados de Madrid por centenares. Y aquí es a donde hay que acudir. Lo mejor de la Semana Santa, al menos para los ilusos (vale, admito necios) que todavía preferimos el espíritu al número, no es el rendimiento del turismo, ni las fotos de los famosos en los balcones o en los varales, ni las portadas en la prensa rosa, ni el ansiado lucimiento delator de la vanidad, sino lo que el Chiquito consigue en El Perchel, lo mismo que la Zamarrilla en la frontera norte del mismo barrio o el Cautivo en La Trinidad: devolver a Málaga su memoria. El día en que esta ciudad creyó que para salir de su ostracismo tenía que desentenderse de sus raíces se vio condenada a elegir entre el folklore más barato o la postmodernidad más ensimismada, y el precio, como no podía ser de otra forma, ha sido demasiado caro. Por eso, asistir a la salida de la Misericordia en un enclave tan cargado de siglos y de Historia como la iglesia del Carmen, con el ruinoso convento de San Andrés a punto de perderse para siempre en la cañería a sus espaldas, tiene mucho de reconstrucción del Big Bang, de viaje en el tiempo a cierto comienzo en el que otra Málaga todavía era posible. No hay nada peor, y no se debe contradecir a Unamuno, que comprobar cómo los paisajes de la infancia se han extinguido no para la solución de problemas, no para el bien de la mayoría, sino para el de unos pocos. Posiblemente, tal y como afirmara el citado Stephen Hawking (al que sigo admirando a pesar de las parodias de Padre de familia) dando la razón a Aristóteles y a Darwin, el conocimiento del Big Bang obliga a modificar la tradicional idea de un Dios creador (hasta Juan Pablo II se lo tomó en serio) hacia la idea de un Dios motor, testigo, garante inmóvil. Pero en el Jueves Santo Dios no estaba tanto en la madera del Cristo de los Milagros como en los ojos azules de una niña peinada con dos coletas que observaba a la Zamarrilla en la calle Mármoles, tomada de la mano de su padre, en un silencio tras el que parecía haber muchas preguntas. Claro que Dios, ya se sabe, es un artículo de fe. Cada uno lo ve donde puede. El mismo Unamuno se empeñaba muchas veces en verlo donde no había nada.

la barbilla al cielo

Uno llegaba a ver la Zamarrilla y la Misericordia con esta vena contestataria tan hinchada después de asistir por la mañana al desembarco de la Legión y el traslado del Cristo de Mena. En un día de verdadera caléndula primaveral, con la temperatura idónea para hacerse con un helado en Casa Mira por temprano que fuese y darse un gusto, los valientes uniformados fueron recibidos en el Puerto por su habitual cohorte de incondicionales, aunque, precisamente por el buen tiempo, éstos parecían ser muchos más que en los últimos años. Ante tal demostración de entrega popular, no hay más remedio que aceptar que quien intente si quiera plantear la retirada de las fuerzas armadas de la Semana de Pasión se dará de narices contra un muro. Un matrimonio vestido de domingo, como recién salido de misa, se preguntaba mientras aguardaba el desembarco cómo será el número cuando termine la reforma del Puerto, intervención cuyo fin les parecía tan remoto que confiaban su comprobación a sus nietos. Lo mejor, como siempre, era pararse a tomar detalle de los fervientes, los canis rematados en fibra que se quitaban la camiseta para lucir tatuaje y pecho afeitado (algún que otro veterano se atrevía a hacer lo propio con su pecho lobo, al verdadero estilo español), los niños uniformados con todos los elementos reglamentarios y el tambor idóneo para dar el tostón, los amigotes barbudos vestidos con el verde militar que parecían dispuestos a irse al monte a cazar topos, las cuadrillas de amigas que habían dejado a sus maridos en el bar y se disponían a pasar las horas necesarias para llenar la acera de cáscaras de pipas. Luego, para el traslado en Santo Domingo, resultaba más que difícil ver algo sin acreditación. Pero por allí estaban Trinidad Jiménez, pasando revista, y Antonio Banderas. Daba la sensación, no obstante, de que te podías encontrar con cualquiera. Resultaban admirables las maniobras, las formaciones, las barbillas al cielo, el tronar de los pasos. Las coreografías delataban una teatralidad extrema, una puesta en escena cuidada al milímetro. Como El Perchel, la Legión se reivindica a sí misma al amparo del Cristo de Mena en una época que no parece ser la suya. E imagino que un baño de masas como el de ayer, con vítores y bravos salidos de bocas dispares en edad y género, debe reconfortar y cargar las pilas, al menos hasta el siguiente año. Con un calor tonificante y a veces agotador (no veía tantas gafas de sol juntas desde cierta boda), quedaba todo un Jueves Santo por delante para admirar la procesión de la Santa Cruz en Pozos Dulces, con estampas realmente mágicas en otro recodo degradado de la ciudad; la salida de la Cena en la calle Compañía, de nuevo con El Perchel en la memoria; el sereno transcurso de Viñeros por Especería y la calle Nueva; y la impresionante salida de la Esperanza, con el aroma a romero señalando el camino y miles de seguidores dispuestos a abrazar el alba. Como un día en el que pudiera empezar todo.

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