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El Málaga tropieza en la piedra de siempre

  • Desperdicio El equipo de Muñiz nunca le tomó el pulso a un choque que habría podido suponer el alejamiento definitivo del Tenerife Desarrollo Apoño dio ventaja cuando el panorama no estaba claro y Alfaro igualó de penalti en el minuto 85

Árbitro: Teixeira Vitienes (cántabro). Se le vio desconcertante, a veces dialogante, a veces autoritario, pero no se le puede reprochar nada en cuestión de apreciación y disciplinarias donde acertó con todas sus decisiones. Eso sí, su asistente en la segunda parte le tuvo que indicar la pena máxima de Mtiliga a Nino, ya que él no la vio.

Tarjetas: Rojas Mtiliga (84'). Amarillas Mtiliga (37'), Ricardo (57'), Toribio (69') y Alfaro (88').

Goles: 1-0 (66') Apoño. Centro al primer palo de Manolo, Juanmi cabecea en semifallo y el esférico le queda manso al malagueño para cabecear a gol en plancha dentro del área pequeña. 1-1 (85') Alfaro. Transforma, engañando a Munúa, un penalti que realiza Mtliga a Nino cuando éste había driblado al meta charrúa y se disponía a marcar a puerta vacía.

Incidencias: Encuentro correspondiente a la vigesimonovena jornada de la Liga BBVA disputado en el estadio de La Rosaleda ante unos 19.000 espectadores. Terreno de juego en buenas condiciones.

El Málaga está obstinado en hacer más larga la permanencia, en prolongar su estigma histórico de sufrimiento. Sería fácil pensar que porque este año todos los penaltis son en contra y no llega ninguno a favor, pero la teoría del temblor del pulso sí que es una realidad tangible. El equipo de Muñiz se encasquilla con los que apuran opciones para quitarle su escaño de salvación. A falta de cumplimentar la vuelta con el Valladolid, no ha cosechado ningún triunfo ante los tres militantes del descenso. Tres puntos de 15 le condenan a ese purgatorio del que no logra escapar. Habrá que abrocharse los cinturones.

Es de temer que en todos esos rivales se vieron claros síntomas de debilidad, aunque es de recibo reconocer que ayer fue el Tenerife quien aglutinó más méritos para el triunfo, por más que empatara a cinco minutos del final cuando ya se festejaba una victoria que hacía mirar al Valladolid como único enemigo por la permanencia.

Ayer se libraba una contienda en la que los puñetazos del Málaga representaban más castigo que los de los chicharreros. Ganar habría sido definitivo para eliminarles del camino. Sin embargo, se vio un equipo apático, lento y sin conexión en sus líneas más adelantadas. Chocó viendo que los de Oltra no saltaron atenazados, sino vivos, con más fe de la que destila su situación clasificatoria (aunque sin tino ni recursos arriba). ¿Para qué reservó Muñiz a ocho titulares en Valencia?, se preguntaba al descanso más de uno. El once de retales de Mestalla no lo hizo peor que el de la primera parte de ayer. Si Sicilia no llega a estrellar un cabezazo en el larguero, el marcador en el intermedio habría sido el mismo que el del miércoles.

Viendo que el escenario ya sonaba del global en Almería y de la primera mitad ante el Villarreal, los pecados invitaban a la reflexión. Y es que la falta de variedad obliga a Muñiz a alineaciones previsibles y cambios mascados, al tiempo que al técnico cada vez se le atraganta más la rigidez en su ideario. Que levante la mano quién no supiera que Valdo y Baha iban a entrar en la reanudación y quiénes iban a ser los sacrificados.

La chispa llegó a través de un acto inesperado e indeseado, la lesión de Caicedo. El ecuatoriano se desplomó pidiendo el cambio instantes después de mandar al palo una jugada eléctrica entre Mtiliga, Apoño y Duda a la que él le intentó poner la guinda driblando a Aragoneses. Juanmi, el único delantero que quedaba en el banquillo, entró en escena. Con sus continuas carreras para presionar, insufló algo de ilusión a la grada, que siempre tiene el aplauso preparado cuando irrumpe un chaval de la cantera. En esos momentos ya se veía un Málaga más animoso, aunque jugando con más corazón que cabeza. Pero fue en un testarazo, o mejor dicho en dos, cómo se resquebrajó la igualdad. Juanmi, en su primera aparición dentro del área, intentó rematar en el palo corto el servicio de Manolo, pero su semifallo se convirtió en una asistencia ideal para Apoño, quien se tiró con rabia para cabecear en plancha y que luego exhibió mucha más en la celebración, una señora réplica a los pitos del primer tiempo al equipo y que recordó a la de dos días antes de Forlán.

No se puede afirmar que el tanto despertó al Málaga porque no le puso las costuras al encuentro. El Tenerife agradeció la invitación para quemar naves. Se limitó a mover el balón y merodear, no inquietaba, pero en una de estas rompió la frontera entre la tranquilidad y el empate. Lo hizo en una jugada cargada de paciencia y buenos pases. Nino rompió la línea del fuera de juego, dribló a Munúa y obligó a Mtiliga a la desesperada para que no marcara bajo palos. Se llenaron de rabia los malaguistas en ese momento y tras el partido, pero lo único raro que tuvo la acción fue que Teixeira Vitienes no lo viese y que fuera su asistente quien se lo cantara. Lo marcó Alfaro y no sólo eso, ya que de ahí al final el peligro y las ocasiones sólo fueron visitantes. El punto mantiene las distancias, aunque no las liquida, ése es el reproche, máxime cuando Muñiz se había dado un respiro ante el Valencia pensando en darlo todo ayer. Sólo habiendo ganado el encuentro de ayer y el del Xerez (2-4) ahora mismo estaría a 12 puntos de los tres últimos. Pero el sino seguirá siendo sufrir hasta los últimos compases.

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