Málaga

Familias que regalan afecto

  • Testimonios de personas que acogen a menores en desamparo · Son núcleos familiares muy diversos, pero tienen en común el deseo de dar un hogar a niños que atraviesan un bache en su vida

Los dos hermanos estaban en el centro de acogida. Uno tenía 2 años y otro 6. Por la diferencia de edad, aunque vivían en las mismas dependencias, no compartían todo su tiempo. Cuenta Antonia Capel que el día que llegaron en acogimiento a su casa los dos hermanos se durmieron "cogiditos de la mano".

Las historias de las familias que acogen a menores a los que la Junta de Andalucía ha decretado el desamparo son todas conmovedoras. Después de haber acogido a 16 niños a lo largo de 14 años, María Pepa Alcántara sí que tiene historias para relatar. Como la de aquel niño que el día que llegó le tiró una pedrada y tiempo después, cuando se fue porque pasó a adopción, lloraba de pena. "Aquel día nos hartamos de llorar", recuerda. Pepa tiene actualmente -aparte de sus dos hijos- dos menores acogidos: un adolescente y otro de 3 años.

A diferencia de Pepa, Ana Bravo es novata. Tiene tres hijos biológicos y por primera vez se metió a esto del acogimiento en mayo. Desde entonces, su familia ofrece un hogar a un niño de 2 años al que la Junta tuvo que buscar un acogimiento de urgencia porque su familia no podía hacerse cargo de él. "Cuando llegó, chirriaba los dientes al dormir. Ahora duerme con una tranquilidad envidiable", sostiene Ana. Las tres familias trabajan con Infania, entidad colaboradora de la Junta para la integración familiar de los menores. Sus vivencias reconcilian a cualquiera con el género humano.

Daniel Rodríguez, trabajador social de Infania, precisa que en el acogimiento es una medida temporal en la que el menor no rompe los lazos con su familia biológica. "El niño disfruta de su familia biológica, pero tiene a su familia de acogida que le presta estabilidad", explica. Se diferencia de la adopción en que esta es para siempre e implica la ruptura del vínculo con su familia biológica.

Siempre los niños pasan a acogimiento cuando la Junta de Andalucía decreta su desamparo. Puede ser por malos tratos, por abandono o por mil razones que hacen que sus padres biológicos no cubran sus necesidades físicas, afectivas o educativas. "El detonante [del desamparo] es cuando no se atiende al menor en sus derechos", explica la delegada de Igualdad, Ana Navarro.

Hasta hace unas dos décadas, estos niños pasaban a centros de acogida. Pero en los últimos años, la Administración promueve que vivan en el seno de un hogar, sea con su familia extensa o con otras dispuestas a compartir sus casas, sus juegos y sus vidas aunque no haya lazos de sangre de por medio. "Es que les cubres necesidades afectivas que no se cubren con dinero", reflexiona Ana. Su hija María, de 14 años, le acompaña al reportaje. Pese a su corta edad muestra una madurez en la que quizás tenga algo que ver el hecho de que desde mayo comparte su madre con un niño al que ayudan a superar un bache de la vida: "Es una experiencia increíble que no mucha gente puede vivir".

Las tres familias dicen que no se arrepienten de haberse metido en el fregado del acogimiento. El trabajador social de Infania comenta que en la bolsa de personas dispuestas a acoger a un menor en desamparo hay mujeres solas, hombres solos, parejas heterosexuales, homosexuales... "En la bolsa tenemos la misma diversidad de las familias actuales que hay en la sociedad", cuenta.

Por ejemplo, Antonia es enfermera y está divorciada. María Pepa está casada y lleva la contabilidad de una empresa familiar. Ana es abogada y también está casada.

Hay distintos tipo de acogimiento: simple, permanente, profesional y de urgencia. Estos dos últimos tienen una compensación de la Administración, pero en los dos primeros normalmente no. Y aunque las familias acogedoras no son precisamente ricas, los ingresos se estiran para que quepan más niños en casa.

Las familias coinciden en que es más fácil el acogimiento cuando hay niños en el hogar y en que el periodo de acoplamiento no siempre es fácil. Porque los hijos tienen que aprender a compartir su espacio, los juguetes y hasta sus padres con críos que no conocen de nada y que de pronto son uno más de la familia. "Tienen que compartir el proyecto de ayudar a otro niño y eso enriquece a la familia. Yo repetiría con los ojos cerrados. A nosotros esta experiencia nos ha aportado como personas, como familia y como pareja", apunta Ana.

Cada una ha llegado al acogimiento de maneras diferentes. María Pepa empezó llevándose a su casa durante los fines de semana a niños que estaban en centros de acogida. "Vi que se hacía algo por ellos y que ellos hacían algo por mí porque ellos me dan más de lo que yo les doy. A veces me dicen que es una locura, pero a mí que me den locuras de estas todas las que quieran. Yo soy feliz", afirma.

Ana conocía a dos niños adoptados y un día cayó en sus manos un periódico en el que se hablaba del acogimiento. Lo habló con su marido y se animaron. "Las familias son muy diversas, pero les une el hecho de ver que un niño necesita de ayuda en un momento determinado y ellas están dispuestas a abrir sus casas", señala el trabajador social. Comparten también la convicción de que para el desarrollo personal de un niño es mejor vivir en familia.

Antonia recuerda que cuando ella recibió a los dos hermanos que tiene acogidos venían bien aseados, correctamente vacunados y alimentados. "Pero nosotros le damos el calor de una familia", dice.

Por tener padres toxicómanos, maltratadores, enfermos mentales u otras circunstancias un menor puede terminar en un centro de acogida. El acogimiento le permite salir de una institución y vivir en familia, como el resto de los críos. "El niño que está con nosotros tiene una madre para darle un beso", apunta Ana.

Aunque a veces el acogimiento puede ser de urgencia, la separación de la familia de acogida se hace de forma gradual. El menor en unas ocasiones vuelve con su familia biológica y en otras pasa a adopción. El proceso varía según la edad y la respuesta del niño. A aquellos que son reticentes a acoger críos porque temen la despedida, Ana, María Pepa y Antonia les recuerdan que cuando los pequeños se van, dejan la satisfacción de haber ayudado a un niño en una etapa difícil de su vida para que no tenga carencias afectivas. María Pepa remata: "Además, la vida son despedidas".

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