Málaga

Razón de vecindario

  • Levantado en los años 60 para recibir a buena parte de la población de la provincia que entonces se instaló en la capital, este barrio resuelve sus carencias de equipamientos y estructuras a base de relaciones humanas

El barrio malagueño de Las Flores apareció la semana pasada en los medios de comunicación de toda España a cuenta de un desalojo que finalmente no se llevó a cabo. Un banco decidió que la deuda de una joven embarazada que saldrá de cuentas a principios de octubre ya no podía mantenerse más, se dio el proceso acostumbrado y una decena de agentes de la Policía Nacional se presentó en el bloque de viviendas donde la mujer tiene su piso para garantizar que el desahucio se llevaba a cabo sin incidentes. Pero cuando los uniformados llegaron ya los esperaba un nutrido grupo de ciudadanos dispuestos a detenerlo todo e impedir la expulsión. Algunos de quienes allí se congregaron eran activistas del 15-M, pero en su mayoría eran vecinos. Más concretamente, vecinas. Mujeres que cuando conocieron la situación no dudaron en bajar a la calle y oponer toda la resistencia necesaria para garantizar el bienestar de la joven, a la que conocían todas y de la que de una u otra manera venían haciéndose cargo. A algunas de esas mujeres no les faltaba mucho para cumplir los 70. Otros vecinos respondieron desde sus pisos lanzando objetos contra los agentes. El desalojo finalmente se suspendió y el banco decidió mantener la deuda unos días más, aunque los agentes respondieron con una contundencia que ha sido ampliamente criticada desde entonces. Lo cierto es que este episodio resulta representativo del barrio de Las Flores: el caminante encuentra a su paso una anodina sucesión de bloques asépticos, simétricos en sus alturas de cuatro plantas, sin apenas estímulos, con calles estrechas, cuestas empinadas rematadas con escaleras o aceras a menudo impracticables que no se lo ponen precisamente fácil a los mayores y una evidente carencia de equipamientos. Pero lo que medio siglo de Ayuntamientos de los más distintos signos han olvidado o no han logrado poner en marcha, queda equilibrado mediante una relación vecinal de muy difícil parangón en Málaga o cualquier otra ciudad. En una de las calles, una placa hecha con azulejos de cerámica reza el siguiente mensaje: "Esta barriada de Urbanización Las Flores ha sido rehabilitada por la Junta de Andalucía con la colaboración de los vecinos y de la AA VV Las Flores. Málaga, 2004-2006". Para que quede claro. No sólo de la administración pública viven los barrios, también de la organización vecinal concretada en pequeños casos de participación. Las ciudades, antes que presupuestos y planes urbanísticos, las hacen las personas. Y cuando los vecinos están dispuestos a llegar hasta el final, la vida se hace más llevadera.

Las Flores se construyó en 1962 y, como otros barrios de Ciudad Jardín (éste más próximo a Segalerva y a un paso de Fuente Olletas), recibió ya entonces a buena parte de la población de la provincia que decidió trasladarse a la capital en aquellos años para participar del boom del turismo y la construcción y las oportunidades que se avecinaban. Si otros enclaves como Mangas Verdes arrebataban directamente la superficie al campo, Las Flores participaba de manera más eficiente del casco urbano, así que los pioneros no tuvieron que construir sus casas sino, simplemente, instalarse en los bloques de pisos del más puro estilo desarrollista que el régimen todavía hacía crecer en la ciudad. La mayor parte de aquellos inmigrantes procedían de la Axarquía, y tanto fue así que la extensión de la calle Albéniz que propicia la mayor apertura del barrio cobró de inmediato el nombre popular de Plaza de Riogordo. Aquel origen común se percibe hoy en los comercios, los bares, la iglesia y el colegio del barrio, dotados de un acento singular en las voces de sus usuarios, aunque lo cierto es que Las Flores es hoy un barrio mestizo en el que conviven africanos, magrebíes y latinoamericanos en igualdad de condiciones. No obstante, aquella primera raíz se deja ver especialmente en una de las asociaciones de vecinos más activas de la ciudad, que ha conseguido logros muy importantes para el barrio y que aún lucha por la mejora de algunas aceras y de algunos bloques de viviendas que, cincuenta años después, van necesitando una reforma. Ciertamente, algunas fachadas reclaman una mano de pintura, y el tendido eléctrico queda demasiado al alcance sobre algunos portales. El recinto de los columpios está demasiado sucio, así como el cercano parque de San Miguel, pero a ver quién pone coto a los energúmenos. Las barreras arquitectónicas, especialmente algunas escaleras, también son merecedoras de una actuación política decidida e inteligente. Otra exigencia vecinal es la instalación de un centro multiusos junto al citado cementerio, que cuente con un local para jubilados y una biblioteca. Nada fuera de la lógica. Las posibilidades de ocio no son aquí muchas, y el aburrimiento, ya se sabe, no es buen consejero.

Y es curioso, porque a pesar de toda esta razón de vecindario, en esta mañana que anuncia un día lluvioso no se ven muchos vecinos en la calle. El trasiego en las tiendas tampoco es precisamente propio de hora punta. Parece que todo el mundo está trabajando en alguna parte, y una señora que sale de la farmacia mientras guarda los medicamentos en el bolso ofrece su versión: "Aquí hay paro, claro, y mucho, pero la gente se busca la vida y alguna chapuza que otra sale". O dicho de otra manera: el empleo esporádico y la economía sumergida llegan a donde no lo hacen las políticas de empleo: hasta el plato de comida en la mesa. Los comentarios sobre la complicidad vecinal son en su mayor parte elogiosos. La misma mujer insiste al respecto: "Nos llevamos todos bien. Por las noches salimos viejos y jóvenes a los portales, bajamos nuestras sillas y nos dan las tantas en la calle, sobre todo en verano. Vivimos como en un pueblo". Sobre el asunto de la seguridad hay disparidad de criterios, especialmente en lo que se refiere a ciertos trapicheos con droga que se realizan a plena luz del día y con total impunidad. Los mismos vecinos han reclamado una mayor presencia policial, hasta ahora sin mucho éxito. Pero por lo general los vecinos se muestran conformes, incluido un nigeriano que viste una colorida camisa a rayas con cuello digno de divo italiano y que lleva viviendo dos años en el barrio: "Aquí he podido integrarme con normalidad y me busco la vida como uno más". Desde el colegio llegan sonidos de sirenas y el alarido infantil que acompaña al comienzo del recreo. Una jovencita pasea a su perro y se detiene a hablar con una mujer mayor. De inmediato surge la conversación y algunas risas, al parecer a cuenta de un hermano de la chica, que cometió alguna trastada en el trabajo. Es posible, entonces, que la vida consista en esto, sencillamente. En poder contar con alguien para charlar en la calle. No está nada mal.

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