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Málaga

El vino viejo, los odres nuevos

  • Rafael Pérez Pallarés imprimió su sello personal a una invitación a compartir el misterio brindada desde la fe, donde la música y la puesta en escena cimentaron un lenguaje distinto

La muerte de Cristo es, como previeron los profetas primero y confirmó San Pablo después, un escándalo para los gentiles. Pero más allá de la violencia que encierran los últimos días de Jesús de Nazaret, el escándalo que genera la Pasión afecta principalmente a la razón: ¿Por qué tuvo que morir este hombre? Su tortura constituye un episodio sencillamente incomprensible que sólo puede contemplarse desde la aceptación mediante la fe. Cada pregón de la Semana Santa es un intento de respuesta a esa pregunta. Un intento baldío, tal vez, en tanto que la fe, como don, la trae cada uno incorporada de casa o no la trae. Pero el pregón que Rafael Pérez Pallarés, párroco de San Ramón Nonato y delegado de Medios de Comunicación de la Diócesis de Málaga, pronunció ayer en el Teatro Cervantes, ahondó precisamente en cuanto una aproximación a la Semana Santa desde la fue puede tener de revelador. Y lo hizo imprimiendo su sello personal, buscando el equilibrio entre el vino viejo (el mensaje) y los odres nuevos (el medio), en la cimentación de un lenguaje distinto que se apoyó especialmente en una brillante puesta en escena diseñada por Jorge Rando y en la música.

La pregonera del año pasado, María del Carmen Ledesma, cumplió su encomendada tarea introductoria con un emocionado recuerdo a Jesús Castellanos. Después, ya con Pérez Pallarés en escena, el telón del Cervantes subió para ofrendar, a modo de premisa litúrgica, un bosque realizado con 33 cruces blancas de madera, pintadas de blanco, de diferentes alturas y tamaños y revestidas (sólo algunas, con disposición aleatoria) con sudarios. El pregón se estableció en gran parte mediante un diálogo entre Pérez Pallarés y el pianista y compositor Miguel Pérez, responsable del contenido musical de la cita, que lo mismo coloreaba con tonos jazzísticos las descripciones que el pregonero hacía de las calles de Málaga al abrigo de los tronos, que remataba con Suspiros de España la comparación que el mismo estableció entre el Nazareno y un torero vestido de luces, como hombres dispuestos a enfrentarse a la muerte. La música adquirió aún mayor protagonismo con las dos hermosas intervenciones de la saetera Luz María Muriana, el guitarrista Miguel Ángel Vargas, la clarinetista Beatriz Tocón y el saxofonista Manuel Ruiz, que apeló al folclore de Puente Genil para que también el cordobés Pérez Pallarés tuviera presentes sus raíces en un pregón que tuvo mucho de exaltación esencial de la memoria.

Dirigiéndose a Málaga siempre en segunda persona, el protagonista bajo los focos se empeñó en hacer a la ciudad partícipe del conocimiento y la experiencia: "En cuestión de días, vas a enfrentarte al misterio de la Redención. Sabes a qué me refiero. Estamos ante una historia verdaderamente inagotable. A la que hay que acceder descalzo, despacio, contemplativamente". A la pregunta "¿Por qué fue llevado a la cruz el Cristo de la Crucifixión?" sólo cabe una respuesta posible desde la fe: "Málaga, te anuncio que tarde o temprano sentirás cómo el Hombre de la cruz te atrapa, te seduce, te cautiva". Todo consiste en dejarse llevar y convencer, aunque con una garantía: la presencia de la Pasión en las calles es una constante en Málaga desde siempre y forma parte, por tanto, de la memoria íntima de todos. Así, "la Semana Santa se celebra en los templos y en la calle. Es trágica, dulce y agónica. Es incomprensible, familiar y mistérica. La conoces mejor que yo. La pasión, muerte y resurrección de Cristo te envuelve de forma vertiginosa y te revuelca una y otra vez como las olas del mar. Inmenso y aprehensible. La Semana Santa te devuelve a los orígenes. A tu infancia. A tu juventud. A tu ser. A tu fe. La Semana Santa te descubre la verdad que el corazón del hombre anhela y lo hace de manera impúdica porque no respeta lo políticamente correcto". Y, en este sentido, se trata de un legado de todos, cuya universalidad subrayó Pérez Pallarés sin ahorrarse recursos: "Estás ante la historia que golpea una y otra vez cada primavera tu corazón, tu interior, tu alma. Y la de miles de personas; da igual quienes sean, cuál sea su procedencia, su tendencia sexual o política, su vida, sus historias…" La memoria sentimental cobró en este sentido una relevancia especial: "No me importa recurrir a los tópicos. Es más, me gusta. Muy pronto esa primera luna de primavera nos va a regalar una luz única e irrepetible. Aunque ya podemos oler el azahar y embriagarnos de incienso y presentir el sonido de las bambalinas y el toque de campana que nos emocionará como cuando éramos niños y comíamos manzanas de caramelo, limones cascarúos o altramuces. La memoria de Málaga tiene impreso el sabor del arroz con leche, del pan caliente con aceite o de la mojama de pintarroja tostada con limón. O el pisto con huevo frito, la ensalada malagueña y el potaje". Mientras, Miguel Pérez la emprendía, claro, con una Malagueña luminosa.

Para la recreación de la muerte y la pasión de Cristo, Pérez Pallarés atendió, como ya había revelado, a los personajes secundarios de los relatos evangélicos. Con ellos ofreció un espejo hecho de distintos ángulos, como en la recreación dramática de varias personalidades ante la que los espectadores y oyentes pueden encontrar una identificación. Ambientó cada escena en la Málaga de hoy, sin escatimar nombres de calles ni descripciones de paisajes urbanos, haciendo a los artífices de la Semana Santa, desde los hombres de trono a los mayordomos pasando por músicos y penitentes, partícipes de la misma historia en primera fila. La primera gran protagonista fue la samaritana del pozo a la que un Cristo sediento pide agua. Pérez Pallarés se mostró elocuente al reseñar que no fueron los discípulos del maestro quienes contaron aquel encuentro, sino la misma samaritana, que no dudó en narrar lo sucedido a sus vecinos. Este argumento fue una constante en el pregón: en el juicio ante Pilatos, los amigos de Jesús no están presentes. Tienen miedo, se han escondido. Pero es la mujer del prefecto, Claudia, quien intercede por el condenado y pide clemencia a su propio esposo.

En la descripción de los apóstoles, el pregonero subrayó de hecho sus debilidades y virtudes menos nobles, con la intención de dejar claro que la Iglesia en la que Cristo ha depositado el misterio no está hecha de hombres perfectos, sino de hombres, con todas sus virtudes e imperfecciones. Así, no dudó en reflejar que Andrés "no se había mostrado precisamente muy listo" en la última cena, mientras que el Mateo que compartió con el resto todas las confidencias del maestro seguía siendo un publicano, "porque Jesús no excluye a nadie". La clave de todo este asunto es la fe, "que te invita a dejar todo lo que tienes, todas tus seguridades, para seguir a Jesús". Y con respecto a Judas, Pérez Pallarés amplió la superficie del espejo: "Todos conocemos a alguien así. Alguien que se cree en posesión de la verdad, sin más. Pero cuánto cuidado hay que tener con los mediocres. Con su traición, Judas cosechó dos muertes: la de Jesús y la suya propia".

Desfilaron después el Malco al que uno de los apóstoles rebana la oreja con la espada de un soldado, los legionarios romanos, Barrabás, el Berruguita, Longinos y la citada Claudia, a la que Pérez Pallarés enmarcó en una cuidada y documentada contextualización histórica. Cuando llegó el turno de Simón de Cirene, el pregonero preguntó: "¿Quién conduce a la cruz al parado, al enfermo, al desahuciado?" Entre el público que llenó el Teatro Cervantes se encontraban residentes del Hogar de Pozos Dulces. Y es que Pérez Pallarés mostró un especial empeño en significar en este tiempo: su recreación del episodio en el que el Cristo crucificado promete al buen ladrón "Hoy estarás conmigo en el Paraíso", trasladada a los sufrimientos cotidianos, fue interrumpida con aplausos. La Resurrección, en pleno in crescendo, fue otra promesa brindada a Málaga, el anuncio de un cielo, una tierra y un tiempo nuevos "en el que abrirás ventanas a la vida". Ahora toca experimentarlo, compartirlo. Serlo.

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