Málaga

Los Asperones, alimentos para un barrio sin salida

  • El Plan de Garantía Alimentaria de la Junta reparte comida a una treintena de familias sin recursos Éstos son "cuidados paliativos" para un lugar sin esperanza

La Bombo lleva su bolsa verde colgada del brazo. Hoy es miércoles y va calle abajo en busca de un poco de esperanza. Eva, Rocío y Tamara, de las asociaciones MIES y NAIM, están a punto de recibir la comida que ofrecen a una treintena de familias de Los Asperones gracias al Plan de Garantía Alimentaria de la Junta de Andalucía. La Bombo recoge sus alimentos tres días a la semana. Tiene 31 años y cuida sola de sus dos hijos porque su marido lleva 3 años en la cárcel. Vende de casa en casa calcetines, ropa interior o lo que pueda comprar en las naves "de los chinos". Con eso tiene que sacar para comer y guardar "uno o dos euros en el bote para mi marido". Sin recursos, un tupper puede suponer un verdadero alivio.

Joaquina Fernández está ya en la cola aunque aún no es la hora. "Esto dura nada más que tres meses, terminamos nosotros y entra otra gente", explica esta auxiliar de Enfermería que tiene un hijo discapacitado y se intenta ganar la vida "buscando y rebuscando". Cuando no encuentra nada, pide. La chatarra escasea y a la familia de Concepción Vega, que son una decena de personas en casa, también le ha pasado factura esta situación. Ninguno lleva un salario estable al hogar. "Preferiríamos un trabajo, que nos pudiéramos nosotros administrar para todo el mes", demanda Joaquina, aunque reconoce que "esta ayuda es un desahogo para los que no tenemos nada".

La crisis ha hecho tocar fondo a los habitantes de barriadas marginales como ésta. Con un índice altísimo de analfabetismo funcional, sin titulaciones, sin expectativas, más de 800 familias malviven en este lugar de transición del que ya hace meses que no se marcha nadie. "En Los Asperones estamos en la UVI, la luz y el agua la paga el Ayuntamiento porque si no la gente pasaría frío y no tendría electricidad y la Junta da las bosas de comida porque si no pasarían hambre", explica Patxi Velasco, miembro de Cáritas Diocesana y director del colegio del barrio, el CEIP María de la O.

"Todos hemos bajado un escalón, pero los que ya estaban abajo ahora se encuentran sumergidos en un aguijero", agrega Velasco y subraya que antes los vecinos pedían casa y un trabajo para poder marcharse, "ahora quieren comida para aguantar en el boquete". "Lo que tenemos es cuidados paliativos, no subimos a nadie de planta ni damos el alta, se hacen cosas pero no hay metas, no hay a dónde llegar, remamos para no hundirnos", comenta el director del colegio. Eva Muñoz, responsable de MIES en Los Asperones, comenta que en esta primera parte del programa, que se prolongará durante nueve meses, se ayuda a 28 familias. La mitad son ancianos solos o matrimonios sin hijos y con alguna discapacidad o enfermedad. A algunos incluso se les reparte a domicilio. El resto, familias numerosas con más de tres hijos y sin recursos o con familiares dependientes. MIES hace el reparto y NAIM gracias a su empresa de inserción Q'Weno prepara el menú. Hoy se llevan a casa albóndigas con tomate, tortilla de patatas con picadillo de tomate y espaguetis carbonara en sus fiambreras numeradas.

Pero no se trata simplemente de alimentar el cuerpo. También se pretende conseguir un fin educativo. "A los beneficiarios que pueden trabajar les pedimos que estén en búsqueda activa de empleo, que se apunten en Incide y utilicen los recursos de Servicios Sociales del Ayuntamiento, que participen en los talleres o se saquen el graduado", agrega Muñoz. Con ella trabaja Rocío Medina, una vecina del barrio que tiene un grados superior de FP en Jardín de Infancia pero trabaja dos horas en una frutería y dos horas en el reparto de comida. Lleva a su casa unos 300 euros al mes. Su marido, antiguo empleado de la construcción, no tiene ninguna prestación. "Estoy deseando volar de aquí", reconoce y sabe que en la voluntad está parte del camino.

Sin embargo, no muchos tienen la capacidad de ver más allá de sus propias miserias. Tamara Santiago sí lo hizo. Participó en un curso de cocina en el colegio del barrio y ahora tiene un contrato de tres meses de media jornada en Q'Weno. Ella es la pinche de los profesionales que guisan para sus vecinos. Pero su escaso salario tampoco le da para encontrar la salida. A pesar de todo, hay valentía en su mirada tímida.

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