Economía

Vivir en un sinvivir

  • Dos familias malagueñas con hijos a su cargo relatan la odisea de intentar salir adelante en plena crisis, estando en el paro y sin cobrar prestaciones sociales

Dicen las estadísticas que en Málaga había en abril 43.765 personas que estaban en el paro y no cobraban ningún tipo de prestación social. Es sólo un número. Para aquellos que no conocen ningún caso es una cifra escandalosa, dramática, pero ni siquiera se imaginan cómo lo están pasando esas miles de personas que, en la mayoría de los casos, tienen familiares a su cargo. Piensan que todo está fatal, culpan a Zapatero o a Rajoy, pasan la página del periódico en busca de otros temas más agradables, si es que hay, y cruzan los dedos para no quedarse en el desempleo. En este reportaje le vamos a mostrar cómo es el día a día de dos familias que están prácticamente sin nada, casi con lo puesto y, lo que es peor, sin saber cuándo ni cómo van a ser capaces de salir de esta situación. La vida real, y no la de los números, las estadísticas y los políticos.

José Miguel García es de Granada y llegó a Málaga hace 12 años. Tiene 51 años y ha trabajado toda su vida en distintas áreas aunque se especializó en el mundo de la hostelería. Abrió tres cafeterías en Motril, dos en Granada, dos en Málaga y una en Pizarra, donde actualmente vive con su esposa y tres hijos. Su último proyecto fue crear un bar restaurante en Pizarra hace cinco años aprovechando el auge económico -el restaurante está situado en pleno polígono empresarial- y la asistencia de obreros del AVE. "Hubo un tiempo que ganamos dinero, llegué a tener nueve camareros y servíamos a 120 mesas", recuerda García. Las obras del AVE terminaron y la crisis ha provocado el cierre de la mayoría de las empresas del polígono por lo que en diciembre tuvieron que cerrar el restaurante tras años de mucho esfuerzo, inversión y horas. "No nos quedaron apenas clientes, sólo hacíamos 300 euros diarios de caja y los gastos eran mucho mayores, por lo que tuvimos que cerrar", señala.

José Miguel y su esposa, Rosa María Prieto, eran los propietarios del establecimiento. Los dos se fueron al paro pero, al ser autónomos, no tenían derecho a recibir ningún tipo de ayuda. Para abrir y adecentar el restaurante tuvieron que pedir un gran préstamo y ahora les queda una deuda bancaria de 360.000 euros que, sencillamente, no pueden pagar. Les han embargado el restaurante y el piso, por lo que se han tenido que ir de alquiler a otro inmueble, cuya renta paga un familiar porque "si no hubiera sido así no tendríamos donde ir", afirma Rosa María. El matrimonio tiene tres hijos de 4, 10 y 15 años y, como señala José Miguel, "tenemos que hacer virguerías para comer los cinco todos los días. La sopa pasa a ser puchero, de ahí a puchero de arroz, de fideos, aprovechamos todo lo que podemos". Rosa María ha encontrado un trabajo en una panadería pero apenas permite pagar algunas facturas básicas como la luz, el agua o el teléfono ya que trabaja de lunes a domingo cuatro horas por la tarde por un sueldo de 400 euros. El resto para vivir lo están obteniendo de familiares y vendiendo los sobrantes del bar. José Miguel señala que ha arrancado maderas que ha podido vender por 50 euros, se ha desecho de los lavavajillas y está comercializando a precio de coste las botellas de alcohol y vino que tenía en el local. También tiene en venta varios televisores, equipos de música, vajilla...

José Miguel afirma que ha echado currículum por todos sitios. En toda la provincia y, por internet, en Madrid, Aranjuez o Mallorca pero no le sale nada. Tenía en proyecto abrir un restaurante en la capital. Él ponía el material, el trabajo y la experiencia y buscaba un socio inversor, pero tampoco ha tenido suerte. Este pasado viernes sus familiares le iban a llevar comida. Su hijo menor necesita medicamentos y en la farmacia no se los fían. "No me puedo venir abajo por lo que intento animarme", apunta.

Salvador Subire también lo intenta pero no es fácil. Tiene 61 años y se quedó en el paro hace un año y medio. Trabajaba de camionero para la construcción y, con la crisis del sector, la empresa en la que estaba vendió todos los vehículos. Cobró durante ocho meses la prestación pero se le terminó, por lo que ahora no tiene ningún tipo de ingreso. Vive junto a su esposa, María Jesús Sánchez, y su hija menor. María Jesús recibe 300 euros mensuales de una pensión y su hija también está en el desempleo y sin prestación.

Esta familia vive con esos 300 euros y con los ahorros que les quedan después de toda una vida de trabajo, hasta el punto que sólo han estado una vez de vacaciones. Pero, como dice Salvador, "éstos son pocos y por mucho que los estiremos no sabemos hasta cuándo nos pueden durar". María Jesús intenta ahorrar todos lo que pueda. "Compro siempre las marcas blancas, busco las ofertas pero ya no sé que hacer. Me obsesiona pensar que se pueda romper algún electrodoméstico porque no sé cómo podríamos pagar la reparación. Vivimos con mucha inquietud", señala.

María Jesús dice que, dentro de lo malo, ella lo lleva mejor porque está acostumbrada a estar en casa. Sin embargo Salvador, que siempre ha trabajado desde las 7:00 hasta las 20:00, se ahoga en el hogar. "Se me hacen muy largos los días y las noches. No sé qué hacer ni cómo ponerme. Todas las mañanas salgo a buscar trabajo pero no hay nada", explica. Para ambos es difícil de superar el hecho de no poder salir a tomarse una cerveza con los amigos o simplemente comprarse algún capricho. "Prefiero no salir a ningún sitio por no encontrarme con nadie y no gastar, porque no me lo puedo permitir", reconoce Salvador apesadumbrado. Espera que le llegue la jubilación, pero aún le restan cuatro años que no sabe cómo pasarán. "Esta crisis se veía venir. No es normal que la gente gane 1.000 euros al mes y estuvieran comprando pisos de 300.000 euros. Por algún lado tenía que explotar", dice.

José Miguel, Rosa María, Salvador, María Jesús... Son cuatro personas que están pasando por uno de los peores momentos de su vida. Pero son sólo una milésima parte de los más de 40.000 malagueños que están en la misma situación. Todo apunta, además, a que este número va a seguir creciendo. "No me explico cómo hemos estado todos tan engañados", se repite Salvador inmerso en sus pensamientos. Por ahora no hay respuesta.

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