Málaga

La orilla incesante

  • La tradición más simbólica y la Málaga menos previsible se dan cita en este enclave de abundante material humano, alzado como espejo del Guadalmedina para la extensión natural de la urbe

Cuando uno pasea por Martiricos, enfilando la avenida Doctor Marañón hasta la plaza Conde de Ferrería, no resulta extraña la sensación de viaje en el tiempo: el parque móvil es en gran parte digno de finales de los 80, en los muchos bares y restaurantes se ofrecen menús a precios correspondientes de la época y en algún estanco se puede comprar aún tabaco Lola. En realidad, el barrio ha modificado muy poco su urbanismo y su arquitectura en los últimos veinte años: el Paseo de Martiricos sigue teniendo como flancos la explanada del rastro, la Escuela de Idiomas y el Parque de Bomberos al lado más próximo al río, mientras que al otro el Colegio del Mapa y la Escuela Universitaria de Ciencias de la Salud mantienen sus perímetros exactos. Sólo la extensión ahora vacía que en su día albergó las instalaciones de Citesa, donde hay proyectadas más de doscientas viviendas de VPO, presenta una ruptura del paisaje. La misma que se percibe en la otra arteria del barrio, la citada avenida Doctor Marañón, donde, desde el cruce con la avenida Doctor Gálvez Ginachero hasta la avenida Luis Buñuel, todo se resuelve en el mismo trasiego vecinal. Y resulta paradójico que, mientras los ojos acostumbrados apenas registran modificaciones, el futuro parece pesar aquí más que nunca a través de planes como la retirada del rastro y las citadas viviendas de Citesa: como si algo determinante estuviera a punto de ocurrir de un momento a otro. Lo que es seguro es que las VPO aportarán más material humano a un barrio que tiene en éste su principal valedor: sus altísimas torres, con ejemplos modélicos como la mole de quince pisos que hace esquina entre Doctor Marañón y Luis Buñuel (vértice de un triángulo proverbial para el tráfico malagueño que tiene en el estadio de la Rosaleda y en la sede del Diario Sur sus otras dos aristas), albergan un verdadero enjambre de vecinos que se cuentan por miles en pocos metros cuadrados. Martiricos es, en buena parte, cuestión de altura: una arquitectura simétrica, de reconocibles ladrillos rojos y toldos verdes, se alza un imponente hasta La Roca y la calle Godino. Los pisos son pequeños aunque abundan las familias numerosas, con varias generaciones asentadas en las mismas moradas. El aparcamiento es un problema serio, abunda la doble fila y pretender encontrar plaza en hora punta es una quimera.

Pero más que el ladrillo y la altura, lo que hace de Martiricos un barrio singular es su gente. Predomina la clase media que se ha visto perjudicada seriamente por la crisis, aunque la mayor parte de las viviendas del barrio ya han sido pagadas por sus propietarios y las hipotecas no constituyen aquí una amenaza directa. Quizá porque dentro de los altos edificios vive mucha gente (con la excepción de algunas casas antiguas más cerca del Arroyo de los Ángeles) se respira en la calle mucho ambiente a vecindario, mucho corrillo formado espontáneamente, mucha tertulia de mediodía en los bares. La media de edad ha crecido exponencialmente en los últimos años y sólo se ha visto equilibrada, al igual que en otras zonas de la ciudad, por la presencia de inmigrantes, especialmente llegados del Magreb, aunque también abundan argentinos y no faltan subsaharianos. La parroquia de Santo Tomás de Aquino (en la que hasta hace algunos años se podía ver una pila para el bautismo por inmersión, similar a la que empleaban los primeros cristianos) ejerce una función vertebradora en el barrio, pero no faltan otras asociaciones, peñas y colectivos de lo más diverso. La afición al Málaga es obviamente notable y también cumple su papel aglutinador. La seguridad, aunque ha mejorado bastante en las últimas décadas, todavía es una materia pendiente. Un vecino que paseaba el viernes a su perro en Doctor Marañón explicaba que en los últimos dos años, en coincidencia con la crisis, la cantidad de personas que llegan cada día al barrio desde La Palmilla "a menudo en busca de droga" ha aumentado notablemente

Pero Martiricos también es, y no en menor medida, una cuestión de Historia. El barrio debe su nombre a los mártires San Ciriaco y Santa Paula, que dieron su vida por Cristo en la misma orilla del Guadalmedina en la época de Diocleciano (la tradición fija la fecha del 18 de junio del año 303). Y buena parte de sus esquinas esconden restos de las infraestructuras creadas ya desde el siglo XVII para el aprovechamiento del agua, en un proyecto de ingeniería común que quedaría rematado por el Acueducto de San Telmo. Así, la conocida como torre de Martiricos, situada frente al puente de Armiñán y en un visible estado de abandono, es en realidad una alcubilla de la red de abastecimiento que traía agua desde el Almendral del Rey (una placa conmemorativa fecha su construcción en 1690). En la calle Salvador Dalí, junto a la citada parroquia de Santo Tomás de Aquino, un grueso muro cóncavo oculta una de las norias que trasladaba el agua desde el Guadalmedina hasta la ciudad antes de la construcción del acueducto. Son bienes patrimoniales que siguen cayendo a pedazos mientras el olvido hace lo que le corresponde: secar el río que una vez corrió a este lado de la ciudad.

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