Cultura

Luis Antonio de Villena evoca la libertad individual de André Gide

  • El escritor presentó ayer en el Instituto Municipal del Libro su nuevo ensayo dedicado al autor de 'El inmoralista'

Pocas síntesis del siglo XX pueden resultar más desconcertantes que la que ofrece André Gide (1869-1951), autor fundamental de la última historia de la literatura francesa, ganador del Premio Nobel en 1947, autor de El inmoralista entre otros títulos tan polémicos como esenciales y referente para la generación de atormentados existencialistas que encabezaron Jean-Paul Sartre y Albert Camus, a quienes siguió superando en popularidad muchos años después de su muerte. Que Gide y Luis Antonio de Villena se encontraran era sólo cuestión de tiempo, y el resultado de este encuentro es André Gide, un ensayo formulado a modo de exégesis, cuando no de homenaje, nunca mera biografía al uso, que acaba de publicar la editorial Cabaret Voltaire y que ayer presentó el mismo De Villena en el Museo del Patrimonio Municipal dentro de los actos del Instituto Municipal del Libro, arropado por el director del mismo, Alfredo Taján, y el responsable de la editorial, Miguel Lázaro.

En su intervención de ayer, el autor de Los gatos príncipes bordó una cómplice introducción a Gide en torno a tres pilares esenciales de su condición: el comunismo, el cristianismo y la homosexualidad. En las tres, Gide se mostró tan partidario como heterodoxo, en una evolución "que rompe con la tradición intelectual del siglo XX, en la que los escritores se mantienen férreamente fieles a una determinada disciplina". Así, si bien el joven Gide vio en el comunismo la esperanza más evidente para Europa, hasta el punto de adherirse a sus postulados, la invitación cursada por el Partido Comunista de la URSS a realizar un viaje en 1936 a Moscú, donde fue recibido con honores, enfrió para siempre su entusiasmo. "Lo que vio en Moscú no le gustó, supuso para él una gran decepción", explicó De Villena, quien añadió al respecto: "Al volver a París dejó por escrito que había que cambiar muchas cosas en el comunismo, que los disidentes, ya fueran intelectuales, morales o sexuales, no podían ser perseguidos. Y, después de manifestar esto, los comunistas no sólo le dieron la espalda, sino que lo trataron como un traidor. Pasó de ser el gran camarada a ser el gran pederasta".

En cuanto al cristianismo, Gide, que había nacido en una familia protestante, asumió el debate sobre el papel del Evangelio en la sociedad de su tiempo "y apostó sin reservas por la figura de Cristo, pero un Cristo sin Iglesias, ya que consideraba que tanto la Católica como la Protestante habían desvirtuado su mensaje". Esta preocupación contrastaba radicalmente con algunos de sus textos más polémicos, y también, en su época, con el reconocimiento de su homosexualidad, donde también se mostró heterodoxo, como apuntó De Villena: "Gide reconoció su homosexualidad muy joven. En este sentido, resultó fundamental su encuentro en 1889 con Oscar Wilde, que influyó mucho en él y con quien iba a buscar jovencitos a Argel. Y es que Gide defendía la homosexualidad en su sentido grecolatino, el amor entre hombres mayores y hombres jóvenes, en una relación en la que uno ofrece su experiencia y el otro su pasión por vivir. Pero, al mismo tiempo, Gide se casó con una prima y tuvo una hija, Catherine, recientemente fallecida, con una amiga".

Para Villena, sin embargo, la actualidad de Gide no reside en sus ideas sobre el comunismo, el cristianismo o la homosexualidad, "sino en su defensa de la libertad individual como anterior a la social. Él creía en la idea esencial, hoy desvirtuada, de los Derechos del Hombre: los derechos de uno, a partir de los cuales se articulan los de toda la ciudadanía".

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