Cultura

Las alegorías (naturales) de la vanidad

LA humilitas, cuando no es falsa e impostada, es esa magnífica aliada que contribuye a extraer lo mejor uno mismo. La vanitas es ese reconocimiento de lo mundano y su futilidad. Ambos conceptos -y un franciscanismo deliberado en la sencillez del planteamiento general- sobrevuelan en la nueva propuesta expositiva de la galería Isabel Hurley (Paseo de Reding, 39) que se clausurará el 23 de mayo. Nihil Omne reúne una serie de naturalezas muertas (fotografiadas, ilustradas, instaladas), en las que Mª Ángeles Díaz Barbado (Granada, 1969) centra un discurso que profundiza en la diminuta belleza que pasa inadvertida; la invitación del collige, virgo, rosas que en la muestra simbolizan las hojas esparcidas de Sin título XIX (2014). Cuando no el descanso de la mariposa de Sin título XII (2014), en un lecho de flores blancas. La imposibilidad de hacerse una idea de las escalas en las que se mueve la creadora se hace patente en Sin título I (2014), donde lo vegetal y lo animal se confunden con lo meramente ornamental. Aunque las obras que mejor condensen su vanitas particular estén en las profundidades de la galería, con un bodegón de cristal -Sin título IX, 2014- donde la disciplina fotográfica se revela magnífica en su pulcritud y carga representativa, Zurbarán mediante. Una consciencia temporal que reaparece en composiciones como las de Sin título XVI (2014), protagonizada por displicentes relojes de arena que no están de nuestro lado, como decía la canción. Ni mucho menos.

Díaz Barbado dota de negrura al fondo de sus composiciones, instantáneas y dibujos, como si quisiera evitar distracciones que aparten al público de la idea principal: "después de todo, todo ha sido nada". Los versos de José Hierro, que remiten a lo mudable y a la inevitable finitud (a pesar, incluso, del fulgor momentáneo y engañoso de las vanidades), se incrustan en la obra de la granadina para ensamblar un discurso objetual de la -insoportable- levedad del ser. Una levedad en la que todavía puede hallarse cierta armonía, como en la balanza con insectos de Sin título XV (2014), o en el escarabajo y la araña de Sin título XXI y Sin título XXII (ambas de 2013), respectivamente. Tomando prestados unos grabados decimonónicos, la creadora despoja a los insectos de cualquier clase de detalle, reduciendo la representación al mínimo (en Sin título II y Sin título V, 2014) -y obligando al espectador a afinar la vista, especialmente a la luz traicionera del mediodía-. Seres vivos de existencia efímera, inmortalizados, coleccionados visualmente por la artista en su propósito existencialista de andar -casi- por casa.

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