Cultura

Cuando Fausto amó el glam

  • Miguel Ángel Medina Torres presenta hoy en el Rectorado, dentro del Fancine, su libro '40 años con Fantasma en el Paraíso', repaso al bizarro musical de 1974

La revisión del canon cinematográfico requiere, a menudo, diversas capas de lectura. No siempre las películas elevadas al podio de las obras maestras son las que más influencia ejercen y las que más talento excitan, al contrario de la regla habitual en la creación literaria. En otras ocasiones, algunas cintas tienen el poder, aun sin demasiada fortuna en taquilla, de abrir determinados senderos que otros acólitos acaban explotando con más provecho. Pero también hay películas únicas, irrepetibles, que apenas pueden ser asumidas como modelos y para las que casi no se pueden establecer precedentes dada su extraña naturaleza. A menudo, estas rarezas insuflan al cine el oxígeno necesario para pervivir como expresión artística durante una buena temporada; aunque, como contrapartida, su similitud a las mónadas filosóficas de Leibniz, cuales partículas aisladas y absolutamente redondas en sí mismas, sin conexiones aparentes, juega en su contra y de alguna forma las condena al anecdotario muy a pesar de sus hallazgos. En 2014, Miguel Ángel Medina Torres, profesor del departamento de Biología Molecular y Bioquímica de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Málaga, decidió volcar su intuición cinéfila en una película que amaba y que, a su juicio, seguía pendiente de una exégesis completa que arrojara la luz definitiva sobre una obra singular como pocas: El Fantasma en el Paraíso, el bizarro musical dirigido por Brian de Palma en 1974 (también conocido en lengua española como El Fantasma del Paraíso). Medina Torres tomó las riendas y apuró el análisis que publicó en forma de libro con el título 40 años con Fantasma en el paraíso, que presenta hoy a las 19:00 en el Rectorado de la UMA dentro de las actividades paralelas de la actual edición del Fancine. En el mismo acto, el escritor Alejandro Ruiz Lara vestirá de largo su novela Génesis y las Cinco Arcas.

Quizá la clave esencial en torno a Phantom in Paradise es que se trata de una película que en su momento nadie esperaba. Brian De Palma había debutado en 1968 y para entonces ya había dirigido los primeros títulos que contaron con un joven Robert De Niro como protagonista, Greetings (1968) y Hi, Mom! (1970, ganador del Oso de Plata en el Festival de Berlín). En 1973 firmó su definitivo homenaje a Hitchcock, Sisters, con Margot Kidder y Jennifer Salt. Y es curioso, porque todo en Phantom in Paradise está lleno de Hitchcock pero justo desde el lado contrario. Fascinado por la consagración de la industria discográfica como nuevo poder fáctico en Occidente, De Palma escribió un guión delirante que cruzaba elementos de Fausto, El fantasma de la Ópera y El retrato de Dorian Gray: el protagonista, Winslow Leach, es un compositor de rock cuya obra pretende un magnate del mundo del espectáculo llamado Swan. Ante la negativa del primero, el segundo decirle robársela para un montaje con el que quiere inaugurar su nuevo teatro, El Paraíso. Además, Swan consigue meter a Leach en la cárcel gracias a unas acusaciones falsas. Pero Leach logra huir y, tras sufrir un accidente que desfigura su rostro, decide vengarse a toda costa. Para el papel de Leach, Brian De Palma optó por William Finley, actor con el que estuvo vinculado desde sus primeros cortos y al que rescató después de décadas de olvido para La dalia negra (2006). De interpretar al malvado Swan se encargó nada menos que Paul Williams, cantautor y compositor de amplia popularidad en los años 70, ganador de un Oscar en 1977 por su canción Evergreen (compuesta junto a Barbra Streisand para A star is born) y objeto también de reciente rescate nada menos que a manos de Daft Punk para su Random Access Memories. Paul Williams alumbró también la banda sonora del filme, con canciones como Goodbye, Eddie, Goodbye, Life at last, Old souls y Faust, que bebían directamente del glam reinante en el momento. Tampoco nadie podía esperar esto de Paul Williams. Pero el órdago salió a pedir de boca.

Con una estética no menos glam, sus personajes al límite, su ritmo contagioso y sus quiebros alocados, Phantom in Paradise merece todas las oportunidades. Nunca Brian De Palma volvió a ser un director tan libre. Ni, seguramente, tan divertido.

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