Monstruos, marcianos y el señor Topolino

El Patito Editorial recopila en un volumen las historietas del Doctor Mortis, la creación del inigualable Alfons Figueras

Pablo Ríos / Málaga

25 de enero 2009 - 05:00

Los dibujantes que trabajaron en la barcelonesa Editorial Bruguera durante el período dorado de la casa (desde los años 50 hasta su desaparición a mediados de los 80) eran esclavos del lápiz y de la tinta. Condenados a cubrir la monstruosa cantidad de páginas que la editorial sacaba a la luz cada semana, los dibujantes bruguerianos se veían obligados en numerosas ocasiones a renunciar conscientemente a la calidad de su trabajo, y copiaban chistes, dibujos y argumentos de otras cómics extranjeros (también de sus propios compañeros) sin ningún rubor, o calcaban sus propios dibujos una y otra vez para no perder demasiado tiempo, acuciados constantemente por el mayor enemigo del dibujante: la fecha de entrega.

El público de Bruguera demandaba mayoritariamente humor, y aquella era la marca de la casa. Sus personajes, desde Mortadelo a La Familia Cebolleta, pasando por Carpanta, eran tipos cómicos con aventuras más o menos disparatadas. Aunque es difícil establecer una tipología del Humor Bruguera, en sus páginas encontramos siempre un peculiar costumbrismo y una fuerte tendencia al gag de una página como forma natural. Sin embargo, siempre había autores con alma de francotirador que encontraban en Bruguera el lugar perfecto para desarrollar su trabajo, refugiados entre páginas de Zipi y Zape. Ese fue el caso de Alfons Figueras.

Figueras nace en Vilanova i la Geltrú en 1922. Como tantos artistas de la época, comienza su carrera profesional siendo un niño. Con quince años ayuda a Salvador Mestres (paisano suyo) en la productora de animación Hispano Films. Gracias a Mestres, Figueras aprende los entresijos del oficio y se desarrolla como dibujante, y en 1939 publica ya con Bruguera. Durante la Segunda Guerra Mundial, Figueras se encarga de un trabajo bastante curioso, y no muy gratificante desde un punto de vista artístico. Como muchos cómics americanos no pueden llegar a España debido al conflicto, Figueras calca páginas de Popeye, Tarzán o Flash Gordon, y compone nuevas aventuras de estos personajes que son publicadas por la editorial Hispano-Americana.

Su versatilidad le permite dedicarse a todo tipo de trabajos, y tras el final de la guerra realiza historietas de aventuras que son publicadas en los semanarios punteros de la época, como Chicos o El Coyote. En 1956 Figueras se embarca en la aventura americana, y marcha a Venezuela para volver a trabajar en la animación. No volverá a España hasta doce años después, y es en ese momento cuando realiza dos de sus mejores trabajos: Aspirino y Colodión, y sobre todo, Topolino, ambos para Bruguera. En Topolino, Figueras crea un mundo propio ajeno a todo lo que era habitual en Bruguera hasta ese momento. Subtitulada El Último Héroe, la serie desarrolla argumentos de terror, ciencia ficción y aventuras con guiños a maestros del cómic americano como Herriman, con el espíritu bufo de las películas del cine mudo y con un conocimiento de la cultura popular y de los mecanismos de la historieta casi desconocidos en nuestro país hasta ese momento. Figueras continúa su labor como dibujante en prensa y otras revistas durante lo que queda de siglo XX, y actualmente permanece retirado, debido a su avanzada edad. La labor de El Patito Editorial, que pondrá en circulación en febrero un nuevo volumen recopilatorio de las historietas que Figueras publicó en las contraportadas de la revista Vampus con el título de Doctor Mortis, es digna de elogio por recordar a una de las figuras más grandes de nuestro tebeo y más injustamente ignoradas por el gran público -del propio Topolino ya se ocupó la editorial vasca Astiberri hace un tiempo, en 2006, al recopilar en un tomo de 128 páginas algunos de los mejores momentos, en blanco y negro, de las aventuras de este extraño héroe, material que se publicó en la revista Bravo-.

Figueras revive en un mercado editorial que no tiene nada que ver con el que él conoció. Los locos días de la industria autárquica en la que el maestro de Vilanova i la Geltrú echó los dientes y afiló sus ápices ya no existen, y quizá por eso tampoco surjan genios estrafalarios como su Topolino o el propio autor. Al menos, algunas pequeñas editoriales intentan que aquella demencial creatividad tenga un pequeño hueco en estos tiempos demasiado ordenados.

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