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Arte

Tiempo de sarcasmos

  • Ángel Mateo Charris muestra en la galería Alfredo Viñas sus imágenes-relatos de profunda carga crítica y política

La peculiar manera que tiene Ángel Mateo Charris de enfrentarse con la más cruda realidad hace que sus obras devengan y fluctúen entre la fabulación y la alegoría. Buena parte de las imágenes-relatos de Analógico tienen una profunda carga crítica y política (otras no dejan de ser escenas desasosegantes o miradas a la condición humana), afrontando lacras y males agudizados en este inicio de milenio como la inmigración, el terrorismo yihadista, así como, al retratar la actual crisis, su visión de unos Estados Unidos, y su sistema económico, declinantes y en siniestro total, aunque son cosas del Ave Fénix que, sin duda, renacerá. La cuestión es que Charris maneja una amplia serie de recursos que posibilita que sus imágenes se alejen de lo literal para desembocar en otros terrenos más sutiles y simbólicos.

En este sentido, la fabulación se conjuga con la mordacidad y la ironía las más de las veces. Metaforiza acontecimientos concretos para así crear relatos entre la ficción y lo real, como en Cuervos, en la que convierte a los USA en estrellado avión cuyo distintivo es una Estatua de la Libertad que en lugar de ser guiada por la luz de la antorcha lo es con estrépito por el símbolo del dólar. O una gigantesca y blindada construcción (metáfora del poderío del dólar) que arde mientras es observada por personajes que, con maletas rebosantes de billetes, han logrado desvalijar el sistema ¿Serán altos ejecutivos de AIG o de Lehman Brothers?

En otras aborda la inmigración: melancólicos personajes negros, tal vez en el Levante español, que miran a un mar que les ha traído al tiempo que separado de su tierra y sobre los que, como en L'Odysée, se cierne un océano (solapa imágenes), de modo que parece engullirlos como un naufragio en esa odisea que supone llegar a nuestro mundo.

Eludiendo lo narrativo, El sueño de la fe, un bodegón compuesto por un paisaje desértico, una bomba, textos coránicos y un avión deflagrado en pleno vuelo, componen un bodegón alegórico sobre el terrorismo. Como vemos, el artista no se conforma con dar espacio a las contingencias funestas que se viven, sino que aporta matices melancólicos, irónicos y críticos al reelaborarlas de modo que devengan en visiones más incisivas y mordaces. Su universo no es rebosante ni exuberante, sino más bien sobrio, con pocos motivos que operan por anexión (paradójica y sorprendente o bien lógica y coincidente) para crear significados y relatos, habitualmente en el marco de soberbios paisajes. Asimismo, emplea el título como anclaje que connota la obra dándole sentido.

Aprecio en Charris la síntesis de dos tradiciones figurativas. De un lado la que provendría del realista norteamericano Edward Hopper y que pasa por una factura pictorialista acusada que se escapa de lo excesivamente pulido, plano y definido -como pudiera ser lo pop-; algunos personajes que emplea y la compostura de otros, dándonos la espalda, meditabundos, solitarios e incomunicados; y, sobre todo, por la sensación de melancolía, desasosiego y tristeza que despiertan algunas composiciones que recuerdan a un Hopper que se convirtió en cronista de la Gran Depresión. En este Charris subyace, en cierto modo, ese mismo fin -quizá inconsciente-, el de constituirse como testigo de este momento crítico en el que nos encontramos y que no pocas veces ha hecho resucitar por comparación al crack del 29. No podemos eludir que este guiño a Hopper parece ser uno de los muchos guiños de Charris a lo norteamericano y su arte, como la gasolinera de Merry Christmas, referente usual del pop y el fotorrealismo.

De otro lado, la segunda tradición que se puede intuir en el pintor de Cartagena, más cercana en tiempo y espacio, es la relativa a los pintores levantinos de los sesenta y setenta, como el Equipo Crónica y el Equipo Realidad -extensible a otros pintores de la Figuración crítica de entonces-, aunque no tanto en lo referente a la factura o el estilo como en cierto talante crítico y político, así como la apropiación de imágenes de la baja y alta cultura -rasgo propio del pop con el que también establece puntuales lazos-.

Por último, las imágenes sarcásticas de los USA rememoran al fotomontador español Josep Renau, quien en su The american way of life (1952-1966) destapa con mordacidad los males de la política norteamericana empleando símbolos que igualmente emplea Charris y con el mismo aguzado sentido crítico.

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