Cultura

Sueños y deseos, cerca de la raíz

Teatro Cervantes. 6 de octubre de 2009. Compañía Nacional de Danza. Director Artístico: Nacho Duato Coreografías: 'De paso', de Gentian Doda; 'Arenal', de Nacho Duato; y 'Cobalto', de Nacho Duato. Música: Joaquín Segade para 'De paso', María del Mar Bonet para 'Arenal', y Pedro Alcalde y Sergio Caballero para 'Cobalto'. Aforo: Casi lleno (unas mil personas).

Después de 20 años tras el timón, Nacho Duato tiene poco que demostrar. Y, por extraño que parezca, aún le quedan resortes para sorprender. La Compañía Nacional de Danza (CND) le debe dos décadas de superación continua, de búsqueda de nuevos lenguajes y de formas de expresión alejadas del purismo académico. La danza contemporánea tiene sus riesgos, él los conoce bien y se enfrenta a ellos con la solvencia que dan más de 20 años de entrega profesional.

El pasado martes en el Teatro Cervantes volvió a dejar claro por qué fue merecedor del Premio Nacional de Danza en 2003, en la modalidad de creación. Dos de las piezas escenificadas Arenal y, la más reciente, Cobalto llevan su firma, la de un artista que domina las posibilidades plásticas del cuerpo en movimiento y al servicio de cualquier temática. El mediterráneo más telúrico por un lado, y la sensualidad de los sueños prohibidos, por otro.

Faltarían párrafos enteros para enumerar las virtudes del elenco de bailarines que dieron forma a los -agradecidos- delirios de Duato. Por citar algunas, se le podría achacar una perfección técnica fuera de toda duda, un control del espacio y los tempos impecable, y una admirable coordinación escénica. No necesitan desplegar ningún Grand Jeté, ni forzar piruetas imposibles para demostrar que saben comunicar. La danza también es la expresión de un mundo interior que, de otra forma, difícilmente llegaría a la piel.

En Arenal -la coreografía estrella de la noche- el elenco se encargó de destapar el tarro de las esencias del Mediterráneo. Pegados a la raíz, campesinos y campesinas de la Mallorca de antaño dibujaban en tonos ocres el cuadro que un día pintó con su diáfana voz, María del Mar Bonet. La alegría de los bailes corales quedaba interrumpida por la llegada de estremecedores a capella como llantos de jornalero. A solas, la bailarina danzaba su luto para acallar cualquier festejo y gritar sin voz el dolor de una tierra maltratada. Pero la danza -insiste Duato- no requiere traducción alguna, ni aptitudes para su comprensión. No hay nada que entender, sólo la necesidad imperiosa de conmover y ser conmovido.

Hacía dos años que la CND no irrumpía en el Cervantes. En aquella ocasión también como en ésta, la noche volvía a apoderarse de una de sus dos composiciones, White Darkness. Bajo la luna la anatomía se libra de ataduras y los sueños olvidan los tabúes. Lo contó Duato en aquella ocasión y rescató la línea argumental para Cobalto, la coreografía que acabó de cerrar el programa.

Por una cortina de cadenas entraban y salían sonámbulos dispuestos a contar los secretos del erotismo velado. El paso a dos en equilibrio sobre una mesa volvía a corroborar la destreza de Duato para desvelar la matriz de cualquier expresión. El cuerpo como vehículo de sensaciones, en comunión directa con el otro, sin intermediarios ni fuegos de artificios.

Lástima que De paso, la primera de las tres coreografías y la única sin el sello de Duato, no consiguiera hilar un discurso del todo coherente. Quizás demasiada fuerza en la composición, demasiado vértigo en el ritmo o demasiada disparidad con el resto del programa.

Aún así, una vez más, la CND redundó en las razones que la elevan al trono de las mejores formaciones contemporáneas. Lleva la huella del Nederlands Dans Theater y la plasticidad de la Spellbound Dance Company italiana. Pero, aunque no lo parezca, es nuestra.

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