Literatura Encuentro al calor de una Málaga otoñal

Celebración de la bohemia o Dios debe andar por alguna parte

  • La poesía de Juan Miguel González, Manuel Salinas y Francisco López Navidad se encontró ayer en el Ateneo con la música de Tabletom · Las musas no dieron crédito

Faltó Valle-Inclán. O no. Por si acaso, Juan Miguel González leyó su Panegírico de los unamunianos. El poeta compartió ayer recital con Manuel Salinas y Francisco López Navidad. En las butacas se sorteaba la bohemia malagueña, que existe, o se lo cree. Gente que anda con pinta despistada, que mira de reojo siempre, que guarda los útiles en pequeñas bolsas de plástico. En la tarima, tres voces absolutamente libres, maestras, herederas de un verso que habla de tú a la poiesis aristotélica. Lo explicó a la perfección el profesor Salinas al desvincularse de las corrientes de mayor éxito en la actualidad: "No somos de ésos que se recrean en lo efímero. Profesamos la vocación machadiana de buscar a Dios tras la niebla". Y para tal menester invocó a Claudio Rodríguez y a José Antonio Muñoz Rojas, pero también a San Juan de la Cruz y a Walter Benjamin. Les acompañaron Roberto González, al que cuesta ponerle el apellido, tantas veces visto en el escenario, cómo se le pone un apellido a Málaga, y Pedro Ramírez, respectivas voz y alma de Tabletom, que han cantado versos de Juan Miguel González. Presentó el acto el periodista Cristóbal González Montilla, de distinta quinta pero igual corte. En Cuevas del Becerro se acuerdan de él. Las musas acudieron. Pero no dieron crédito.

Roberto jaleaba la lectura de los poemas, como un flamenco en equilibrio sobre una pata. Juan Miguel González admitió, consciente, el compromiso, o el suplicio, "de tener a Roberto sentado una hora entera sólo con un botellín de agua del Mississipi", pero sabía de quién se trataba: "Roberto tiene generosidad y un amor a la poesía que ya quisieran los del puño y el talonario, los de la izquierda fetén". Pedro Ramírez excusó la ausencia de su hermano José, profesor de flauta en el Conservatorio de Motril y ángulo insustituible del trío Tabletom, e interpretó a la guitarra dos preludios de Tárrega para echar más fuego, si cabía, al hálito poético. Y se sucedieron los versos, los ardientes y serenos de Manuel Salinas, cantores de la noche oscura ("Este pájaro que trina en los virales / también escogerá su cauce de luz / y picoteará el cielo feliz que han apresado / las ramas de los árboles"), los ribetes de López Navidad por los que Quevedo habría pagado unas lecciones ("Ponedle un huevo frito a los chanquetes / gritaba un tal Salinas sin templanza. / Sin torcer la mirada, en lontananza / al planeta de platos del banquete", dedicado al mismo Manuel Salinas) y la alquimia acrobática y marinera de José Miguel González (Perenne, en Casa el Guardia, una orla mereces, / cuya leyenda diga, en oro y tinta china: / 'Las roscas que en Campillos no se comió, con creces / Venus recompensó, aquí, con conchas finas", dedicado a Julio Quesada).

Culminó Roberto con la lectura de Los martes trece de nosotros mismos, poema de Juan Miguel González que en la pila de Tabletom fue rebautizado como La parte chunga de nosotros mismos: "Y es que Dios no es la espiga ni el minuto, / ni la azarosa Historia y sus abismos. / Dios es la copa, el chute y el canuto: / Los martes trece de nosotros mismos". Y siguió la poesía en forma de canciones, con Roberto y Pedro aliados para Guadalmedina y Algo así como un tango. Dios, claro, estaría metido en algún sitio.

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