Cultura

A José Antonio Corrales, 'in memoriam'

El pasado día 26 falleció en Madrid uno de los últimos maestros de la arquitectura española del siglo XX, José Antonio Corrales Gutiérrez. Todos los arquitectos de España deberíamos sentirnos compungidos por esta pérdida, y los que le conocíamos nos sentimos doblemente tristes, pues pudimos comprobar de primera mano tanto su valía y solidez profesional como su grandeza personal, de una sabiduría y generosidad inigualables.

José Antonio Corrales era un maestro de la arquitectura, pero también lo era de una cualidad bien escasa en la vorágine de los tiempos que corren: era un maestro de la humildad. Demostraba constantemente que el término arquitecto humilde, lejos de parecer una antinomia, formaba una sólida unión gracias a la cual el conocimiento del oficio de arquitecto que tan brillantemente esgrimía se transformaba siempre, sin aspavientos ni contorsiones, en una maravillosa obra de arquitectura.

Humildad y naturalidad que durante muchos años, desde finales de los 50, se plasmaron en una colaboración fructífera con otro gran maestro, el gallego Ramón Vázquez Molezún. Juntos crearon una gran cantidad de excelentes obras, destacando uno de los principales expedientes de la arquitectura española de la segunda mitad del siglo pasado: el Pabellón Español en la Expo de Bruselas, de 1958, un sistema modular, tecnológico en su invención y adaptabilidad, un sistema constructivo avant la lettre en un país que pugnaba por hacerse un hueco en el panorama arquitectónico internacional.

En Málaga también tenemos un legado de José Antonio Corrales, la Escuela de Telecomunicaciones e Informática del campus de Teatinos, cuya obra de la segunda fase tuve el honor de co-dirigir con él. Un edificio magnífico de grandes paños de ladrillo, pilares de hormigón esbeltísimos y laberínticos pasillos de comunicación con rejillas metálicas. Un único lenguaje con pocos elementos adaptado a multitud de situaciones diferentes. Ése era el espíritu de Corrales, una calvinista actitud de operar con pocos medios para conseguir el máximo de efectividad, y en el camino de esta intención, casi por casualidad, se desplegaban sutilmente las infinitas sorpresas espaciales, los recorridos aleatorios y complejos, la belleza de las proporciones y de las texturas, todo el juego de la seducción de la arquitectura moderna.

"La arquitectura es un misterio", solía comentar José Antonio, enamorado de Málaga, del valle del Guadalhorce y de su paisaje desde el tren, que tanto motivó su afición a la poesía, plasmada en esos poemas cortos que uno conserva como el mejor de los regalos, verdaderos haikus en castellano, de versos duros, sensibles y profundos.

Descanse en paz Jose Antonio Corrales, un poeta de la arquitectura, un humilde y grandísimo arquitecto de los que ya no quedan y que tanta falta hacen para seguir creyendo en lo misterioso del arte, en el conocimiento y el oficio, en la grandeza del trabajo bien hecho, cuestiones que nunca necesitarán tener que recurrir a la parafernalia de las barracas de feria para subsistir.

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