La puntilla

Juan A. Navarro Arias

Mentiras

JOSÉ Tomás dejó ayer al descubierto muchas mentiras de la tauromaquia postmoderna que vivimos en la actualidad. Su discurso fue incontestable y sacó a relucir la mediocridad que existe en el escalafón, lo sucio que juegan los ganaderos y lo tacaños que son los empresarios. Su verdad tiene la culpa, ese concepto venenoso y adictivo que ayer me provocó un nudo en la garganta y casi me ahoga. Quizá me dio vergüenza romper a llorar, pero sobraban los motivos. Me pregunto: si el de Galapagar, que es el que más cobra y quien menos tiene que demostrar, realiza quites cuando torea, ¿por qué no lo hacen el resto de toreros? Si José Tomás recibe toreando él solo a los toros cuando salen de los chiqueros, ¿por qué no lo hacen el resto? Si ayer por fin se vieron toros -entiéndase res brava con cuatro patas y dos pitones- en Málaga, ¿por qué no se ven todas las tardes? ¿Por qué los ganaderos crían gatos y los venden como bravos? ¿Por qué los empresarios organizan festejos sin toros? ¿Por qué las figuras no exigen dignidad y una fiesta íntegra? Ayer se demostró que un ganadero puede criar toros, un empresario comprarlos y un torero exigirlos y después darles la lidia que merecen. Quien la lleva la entiende, lo que tengo claro es que el de Galapagar pisa unos terrenos únicos, los que te llevan a la gloria o te conducen a la muerte en el albero. Por ello ayer La Malagueta rugió y yo casi me ahogo en mi propia emoción. Supongo que por momentos como los vividos ayer, siguen los aficionados acudiendo a las plazas de toros, a reencontrarse con la magia de un torero expresándose de verdad. Y mientras exista alguien capaz de jugarse la vida sin otra cosa que verdad, las mentiras de la Tauromaquia postmoderna no podrán con la fiesta.

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