Picasso y el valor de matar al muerto
calle larios
lPor más que el ministro del ramo dijera que nos tenían envidia en todas partes, parece que la política cultural de Málaga preocupa a algunos ahí fuera por mercantilista lY yo con estos pelos
Cierto dicho clásico lamentaba que los gladiadores se animaran a saltar a la arena cuando ya no había leones. Desde entonces conviene no tomarse demasiado en serio a quienes vienen pidiendo guerra, especialmente si disponen de un púlpito. Eugenio Merino es el artista madrileño que metió una escultura de Franco en una nevera y logró con ello que ARCO volviera a las portadas. Hace unos días presentó en la Alianza Francesa, en la calle Beatas, una exposición titulada Aquí murió Picasso, con otra escultura hiperrealista que representa al pintor fenecido y una placa de mármol fúnebre que confirma quien yace de cuerpo presente es el del Guernica. Con esta propuesta, según explica él mismo, Merino critica la mercantilización de la figura de Picasso, reducido a mero souvenir, así como la gentrificación de las ciudades, redefinidas como reservas de nuevas élites a cuenta del turismo cultural. Su exposición, comisariada por Los Interventores, viene a paliar una carencia: si un turista puede hacerse aquí un selfie en el lugar donde nació Picasso, los rincones donde pasó su infancia y los museos consagrados a su obra, faltaba la oportunidad de retratarse con el viejo en el sitio donde murió, en la misma ciudad, en plan corrección histórica para hacer el recorrido biográfico completo. Pues bien, voilà. La gracia del chiste es que la escultura está en un centro consagrado a la cultura francesa. Merino critica el molde uniforme y homogéneo en el que crece Málaga, lamenta que la política cultural contribuya únicamente al recuento de visitantes y advierte de que tarde o temprano la ciudad se topará con el mismo problema que ya afecta a Barcelona. Y, bueno, dan ganas de responder: a buenas horas. Por aquí no nos habíamos dado cuenta. Ante esto uno vive sensaciones contradictorias, como aquel tipo que no hacía más que meterse con su madre y al ver que otro tipo se metía también con la pobre mujer salió en su defensa diciendo: "Con mi madre sólo me meto yo". Frente al entusiasmo general, con un discurso dominante que se ha empeñado en cantar el milagro malagueño sin reparar en el precio a pagar (ya inasumible), uno comparte sin dudarlo la tesis de Merino, como la de Rogelio López Cuenca. Por supuesto. Hace ya muchos años que Málaga decidió extraer cualquier consideración urbana a su centro histórico y convertirlo en un atrezzo, una feria permanente, una pasarela de ocurrencias y un reclamo de ocio ajeno a cualquier connotación de ciudadanía, con su túnel de luces en la calle Larios, la entrega en mano de los espacios públicos a la hostelería y ese batiburrillo donde se mezclan Picasso, el Cenachero, Antonio Banderas, la cabra de la Legión y otras estampitas. Una ciudad, en fin, sin alma.
Que sí. Un servidor lleva años dando la tabarra con esto, a veces en cierta soledad, recibiendo mensajes de hosteleros indignados que le desean a uno como poco el exilio por prosevillano y de directores de museos enfadados. Qué remedio, pienso seguir haciéndolo, que para eso me pagan. Y casi siento alivio al ver que otros comparten otra idea de ciudad. Sin embargo, lo que me resulta un tanto sospechoso de este Picasso muerto es cierto tufillo a aleccionamiento exterior. Es cierto que el proyecto se encargó en Málaga, pero también que cuando se habla de la ciudad a cuenta del mismo se adopta un tono de excepcionalidad vehemente que parece más dirigido a justificar la realización de la exposición que a llegar al fondo real de la cuestión. Como símbolo de la mercantilización neoliberal rampante Picasso viene a huevo y su empleo en estos términos, por tanto, sale a devolver; pero la idea de que Málaga constituya un caso único, un ejemplo digno de estudio y un modelo de infierno que haya que evitar a toda costa es notablemente elemental. Posiblemente Málaga se ha dado prisa en adoptar ciertos espejismos nefastos, pero esos espejimos ya estaban, y están, en prácticamente todas partes. Lo que Málaga puede esperar no es tanto lo que pasa en Barcelona como lo que ya pasó en Valencia, con una burbuja que habrá que ver por dónde estalla. Pero si Madrid no es hoy un claro ejemplo de gentrificación y mercantilización de la cultura, que baje Dios y lo vea. Y éste es exactamente el mismo camino que siguen, pasito a pasito, todas y cada una de las plazas españolas que deciden tomarse en serio lo del turismo y la cultura. Málaga tuvo la mala suerte de ver nacer a Picasso, y por eso seguramente todo se ha acelerado y se magnifica. Pero a ver qué ciudad no agarraría este pokémon si se le pusiera a tiro. Lo gracioso habría sido plantar esta escultura hace sólo diez años. Entonces, otro gallo habría cantado.
En una entrevista concedida a El Español, Merino afirmaba que los museos de Málaga son "mercancía que se puede ver rápidamente". El problema es que el trazo grueso es un tiro que sale por la culata. Se me ocurren algunos ejemplos de museos malagueños francamente mejorables y otros para los que decir esto resulta profundamente injusto. Pero en fin, si alguien quería notoriedad, que al cabo es otra forma de mercantilización, la ha tenido a raudales. Matar a un muerto es fácil. Lo difícil es convencerlo para que eche a andar.
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