Cultura

Clásicos de ida y vuelta

La intención del Teatro Cervantes era que el público acudiera vestido de gala y en honor a la verdad hay que reconocer que la respuesta fue, cuanto menos, tibia: cundieron bastante más las rebequitas de punto que las corbatas. Pero el Concierto de Año Nuevo que protagonizó ayer la Orquesta Filarmónica de Málaga (OFM) en el primer escenario de la ciudad dio todo lo que se esperaba de la cita, aunque fuese con un hábito más de andar por casa. Con su director titular, Manuel Hernández Silva, en la tarima, y la colaboración del Coro de Ópera de Málaga (dirigido por Salvador Vázquez), así como la actuación de la soprano Berna Perles, la orquesta brindó como en ocasiones anteriores un menú rigurosamente distribuido en dos partes, con valses y polkas de Johann Strauss II, Von Suppé y Lehár por un lado; y con romanzas, chotis, fandangos y demás fragmentos de zarzuelas de Chueca, Fernández Caballero, Bretón, Vives y Chapí por otro (además de los consabidos bises con Danubios azules y Marchas Radetzky). Pero el propósito artístico de Hernández Silva era, una vez más, demostrar que ambas orillas confluyen con mucha más holgura de lo que muchos están dispuestos a admitir, de modo que la opereta vienesa y la tradición lírica popular española conservan una idílica relación a modo de ida y vuelta, con América de por medio. Que estos vínculos existen quedó ayer bien demostrado, pero no tanto en los aires flamencos de Lehár sino en lo mucho que disfrutó el público que llenó el teatro, incluido el de habla germana, que no era escaso. En el descanso se ofreció al respetable una copa de cava para que el brindis fuera de verdad. Y la OFM ofreció de paso una impecable versión de sí misma en una ocasión que tuvo tanto de fiesta como de deleite. Que no se diga.

El dominio de semejante repertorio en manos de los maestros de la orquesta no deja espacio para la duda, pero es que además la agrupación brilló con soltura lo mismo en la obertura de Poeta y aldeano de Von Suppé que en el Oro y plata de Léhar o en el Fandango de Amadeo Vives. Berna Perles regaló una actuación soberbia, si bien parecía sentirse más cómoda en el registro español: su interpretación de Yo quiero a un hombre de Fernández Caballero aunó tanto virtuosismo como emoción, y en Las hijas del Zebedeo de Chapí armó una lectura repleta de matices, generosa, sin conformarse ni de lejos con lo que le habría bastado para salir airosa (para que no hubiera dudas, eso sí, su Giuditta de Léhar tampoco anduvo a la zaga). El coro firmó momentos deliciosos en la segunda parte, como en la inevitable Chulapona de Moreno Torroba. Y entre unos y otros se crecía un Hernández Silva en su salsa, firme a la hora de adjudicar tanta precisión como entusiasmo, en plena fiesta al cambiar la batuta por las palmas. Sí, no hubo mejor modo de empezar el año. Salud y libertad.

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