Cultura

Idilio vienés para Carlos Álvarez

  • El barítono malagueño regresa este jueves a la Ópera Estatal de la capital austriaca con 'La hija del regimiento' y, a partir del día 23, con la 'Carmen' de Franco Zeffirelli

Que el vínculo que une a Carlos Álvarez (Málaga, 1966) y Viena da para una historia de amor lo demuestran los hechos. Es en la capital austriaca donde el barítono no sólo ha firmado algunas de sus actuaciones más reconocidas; también donde ha contado con la unanimidad del público, la crítica y de todo el que tiene algo que ver con la lírica para ascender al verdadero olimpo operístico del presente. Sobre las tablas de la Ópera Estatal de Viena, Álvarez ha sido Germont en La Traviata, Riccardo en Il Puritani, Posa en Don Carlo, Carlo Gérard en Andrea Chénier, Don Carlo en Ernani, Don Carlos en La forza del destino, Stankar en Stiffelio, el Duque de Nottingham en Roberto Devereux, Alphonso XI en La Favorite, Sulpice en La fille du régiment y Escamillo en Carmen, entre otros. Y en cada ocasión ha salido el malagueño airoso del envite; tanto, que en 2007 Austria le concedió el título honorífico de kammersänger, con el que reconoce a sus cantantes predilectos. Con el paso del tiempo, este fuego, lejos de decaer, se mantiene álgido: el pasado septiembre interpretó el papel protagonista en Le nozze de Figaro y este mes de enero regresa al gran templo lírico del corazón de Europa por partida doble: desde este jueves 11 hasta el día 19 volverá a ser el inefable sargento Sulpice en una nueva producción de La fille du régiment de Donizettibajo la dirección musical del maestro italiano Evelino Pidò y las voces de Sabine Devieilhe, Marjana Lipovšek y John Tessier, entre otras figuras, en el reparto; y desde el día 23 al 29, Álvarez volverá a prestar su infalible tono a Escamillo para la histórica producción de la Carmen de Bizet producida por Franco Zeffirelli, a su vez necesario director escénico y primoroso escenógrafo, que regresa a Viena después de casi cuarenta años de reposiciones continuas. Por si fuera poco, Carlos Álvarez regresará el próximo mayo a la Staatsoper de Viena con Sansón y Dalila de Saint-Saëns. Si esto no es amor, que venga Dios y lo vea.

"Volver a Viena significa refrendar el alto standard de trabajo conseguido en estos 23 años desde mi debut y seguir disfrutando de relaciones únicas, tanto con el público como con todos los estamentos del teatro", explica desde Viena a Málaga Hoy el propio Carlos Álvarez en un descanso de los ensayos. Razones no le faltan: que su presencia en la programación de la Ópera Estatal llegue a ser abultada no es tanto una garantía de éxito a priori como un examen riguroso al que el artista es sometido en cada ocasión. El carácter cómico de la ópera de Donizetti no se lo pone precisamente fácil a los intérpretes, sino, más bien, todo lo contrario: el de Sulpice, con una tesitura ideada en un principio para bajo, es un papel rematadamente difícil tanto por el reto vocal que entraña como por el amplio registro dramático que exige, pero si algo ha demostrado Álvarez en los últimos años (recuérdese su sonado éxito en el Liceo hace unos meses con Un ballo in maschera, para la que fue reclutado in extremis para sólo dos funciones) son las garantías técnicas y artísticas que ofrece en su calidad tanto vocal como dramatúrgica. En lo musical, Álvarez encuentra ahora en Evelino Pidò a un aliado especialmente cómplice para llevar a esta Hija del regimiento a las cimas que la partitura de Donizetti requiere: "Pidò es un maestro minucioso, un conocedor del repertorio belcantista que busca resultados de gran nivel artístico a la vez que un sólido apoyo desde el podio". En cuanto a la Carmen que sucederá a Donizetti en el mismo escenario, Álvarez sostiene: "La suntuosidad y espectacularidad de la dirección de escena y el diseño de la escenografía de Zeffirelli convierten cada función en una oda a las producciones tradicionales de ópera. El público disfruta aquí de una intensa experiencia estética y musical".

Más allá de Viena, una cita despierta en su agenda próxima una especial ilusión a Carlos Álvarez: la que le llevará al Teatro de la Zarzuela de Madrid del 16 al 18 de febrero con La tempestad de Chapí. Y explica así sus motivos: "Me encanta la zarzuela. Este año no sólo pisaré de nuevo mi casa lírica de Madrid en febrero; en septiembre comienzo también la siguiente temporada con la Katiuska de Sorozábal. Nuestro género lírico ha guardado para los cantantes de mi cuerda los más bellos e interesantes papeles. Así que estoy feliz con la zarzuela". Sobre la proyección internacional del género chico en el siglo XXI, el cantante tampoco alberga duda alguna: "Para mí es un regalo poder comprobar que la reacción del público extranjero se parece a un sobrecogimiento emocional, casi a modo de un síndrome de Stendhal zarzuelístico. Y este gran predicamento se debe, que conste, a las estupendas producciones e interpretaciones que somos capaces de exportar". Amén.

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