Cultura

Sangre mestiza y todo al 17

  • Un Teatro Cervantes lleno saldó ayer su deuda con la Filarmónica, que pudo celebrar su Concierto de Año Nuevo en el primer escenario de la ciudad

Manuel Hernández Silva dirige a la Orquesta Filarmónica de Málaga, ayer, en el Cervantes, en el Concierto de Año Nuevo.

Manuel Hernández Silva dirige a la Orquesta Filarmónica de Málaga, ayer, en el Cervantes, en el Concierto de Año Nuevo. / daniel pérez

Tal y como apuntó el director titular de la Orquesta Filarmónica de Málaga, Manuel Hernández Silva, en una de sus alocuciones al público, la velada de ayer revestía numerosas connotaciones dignas de celebración. Si tradicionalmente el Teatro Cervantes venía dejando su Concierto de Año Nuevo en manos de orquestas foráneas, contratadas en paquetes de espectáculos navideños y no siempre con la calidad deseada, ayer era la OFM la que tomaba las riendas y hacía de la ocasión lo que siempre debía haber sido: una fiesta compartida en casa. Que finalmente la OFM tuviera su Concierto Extraordinario de Año Nuevo en el Cervantes (sin que desmerezcan, eso sí, los que últimamente habían encontrado amparo en el Auditorio Edgar Neville) se debió, en primera instancia, al clima de buen entendimiento, acuerdo mediante, que actualmente comparten la orquesta y el teatro; pero también, en gran medida, al empeño del propio Hernández Silva, que en las pasadas temporadas ha movido todas las fichas posibles, y algunas más, para que la cuenta quedase saldada. Y tal vez por esto al director se le vio ayer especialmente disfrutón en la tarima, desde donde, por cierto, llevó a la Filarmónica a algunas cimas artísticas nada desdeñables. Entre el público, diverso, respiraban espectadores de todas las edades, vestidos de gala algunos, con más pinta de andar por casa otros, en todo caso conquistados por la propuesta y generosos en sus ovaciones. Se trataba de dar la bienvenida al 2017 con el mejor espíritu posible y, ciertamente, este objetivo también se cumplió: hubo exultación y parabienes en abundancia. A partir de ahora, será muy difícil imaginar un Concierto de Año Nuevo en un emplazamiento distinto del Teatro Cervantes. Tal y como, insistimos, siempre debió haber sucedido.

En el papel, Hernández Silva preparó para el Concierto de Año Nuevo un menú un tanto atípico, en el que convivían los consabidos valses y polkas de Johannes Strauss hijo con arias de Lehár y Leoncavallo, la imprescindible obertura de la Caballería ligera de Von Suppé y también fragmentos de zarzuelas como La revoltosa de Chapí, El barbero de Sevilla y La boda de Luis Alonso de Giménez y El último romántico de Vert, en un abanico que debía hacerse, como ocurrió, de más a menos previsible. La sangre vienesa, con permiso de Strauss, definió en gran medida los cauces de la primera parte, pero ya antes del descanso intervino Hernández Silva para recordar que esta wiener blut es una sangre mestiza: el vals vienés es en realidad un invento que acumula en su contagioso compás ternario elementos magiares, eslavos, balcánicos y de las más variopintas tribus europeas. Ayer se trataba, en fin, de ampliar un tanto más el paisaje por cuanto los grandes compositores de zarzuela no hicieron otra cosa que darse por aludidos al percatarse de la raíz popular del invento. Independientemente de la argumentación del repertorio, la OFM sonó igual de espléndida en la Caballería ligera, en el intermedio de La boda de Luis Alonso y en el preludio de La revoltosa. Y en los bises, claro, no faltaron ni El Danubio Azul ni la Marcha Radetzky para que el personal pudiese sacudirse las palmas como es debido. Mención aparte merece la aportación lírica del tenor cordobés Pablo García-López y la soprano rondeña Alba Chantar: al primero, como es habitual, le correspondió un papel más ingrato que el cantante resolvió con eficacia y gusto, especialmente en Dein ist ganzes Herz de Lehár. Chantar, por su parte, se convirtió en la más feliz revelación de la noche, en la que rindió al respetable con brillo propio, lo mismo tocada por la gracia en Los pájaros de Offenbach que altamente conmovedora en la Vilka-lied del mismo Lehár. No hay derecho a que alguien nacido en 1991 cante así de bien, con tanta sabiduría y tanta experiencia puesta en cada nota, ajustando el virtuosismo al sentimiento y con la mayor exigencia, dejándose acunar por la orquesta en una lección de matices. No le pierdan la pista: dará mucho que hablar seguro.

La de ayer fue la primera página que escribió la OFM tras el año de celebración de su 25 aniversario. Y quedó claro que, sea como sea, hay que apostarlo todo al 17. Málaga tiene aquí un emblema por el que sacar pecho. A gozarla tocan.

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