Adolfo Suárez, creo que con buena voluntad el pobre, le concedió a Jordi Pujol un papel capital en la Transición. Y no sólo a él sino a su partido, a Convergencia, la otrora todopoderosa Convergencia. El molt honorable, que de honorable nunca tuvo ni el aroma, a partir de entonces se perpetuó con el respaldo de Madrid y creó un sistema caciquil basado en el chantaje al Estado y en el control férreo y doctrinario de su autonomía. En Pujol está ya por tanto la primera traición del nacionalismo catalán a un proceso constituyente del que ahora reniegan a pesar de que en su día lo respaldasen. El juego de Pujol y sus herederos, primero Mas y ahora el obsesivo Puigdemont, fue siempre siniestro de narices, pero no habría sido posible sin la colaboración pestilente y necesaria del PSOE y del PP. De Felipe, sí, y de Aznar, ese hombre que hablaba catalán con sus íntimos. Incapaces el centro izquierda y la centro derecha de buscar acuerdos, con el electoralismo atroz siempre en mente, optaron por la vía de utilizar a los nacionalistas vascos y catalanes como muleta, aceptando con ello el chantaje. Y ahí estuvo la esencia fundadora de lo que hoy vivimos en Cataluña y de parte de lo sangriento vivido en el País Vasco. La escuelas convertidas en centro de doctrina política, con niños sacados de sus clases para ir a caceroladas, no son por tanto sino el resumen de lo que España le permitió a los nacioanalismos, ideologías siempre oscuras por su propia condición. Tampoco se puede negar que Rodríguez Zapatero la lió gorda con el Estatuto y que Rajoy pudo plantear las cosas de otro modo, pero la verdad es que ninguno de los dos son los culpables mayores del sainete que hoy vivimos. Convergencia y Pujol estuvieron siempre en el centro de todo y es curioso que ahora, cuando la bomba del 1-0 amenaza con estallar, sean ellos, bajo un nombre nuevo con el que quieren maquillar sus desmanes, los que tienen más cerca las manos de la explosión. Terceros en las encuestas, superados por ERC y por C's, los convergentes dan síntomas de haber perdido por completo el control del monstruo que crearon. Por eso Pujol, más que con el maestro Yoda, personaje entrañable de Star Wars al que se parece en el físico, se asemeja estos días inciertos a otro personaje: a un Doctor Frankenstein que siguiese adelante, avejentado y marchito, con la mirada perdida y la muerte acechando. Sorprende que todavía alguien los apoye porque su traición fue doble: a los españoles y a sus votantes. Lo políticos que, como Pujol, hacen alquimia social mientras se enriquecen suelen acabar mal y no creo que el nunca honorable se salve de la quema. El tiempo, que todo lo encaja, nos dirá.

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