Postales desde el filo

Una jornada aciaga

El estrepitoso fracaso del PP fragiliza aún más al gobierno de España, ya de por sí débil y minoritario

Tendremos que dar la razón a Aznar que, en su día, presagió que antes se rompería Cataluña que España. Las elecciones del pasado jueves han sido la prueba del nueve. Parecía imposible, pero sólo han servido para empeorar aún más las cosas. Algunos quieren ver una manifestación de la gran complejidad de la sociedad catalana en lo que sencillamente es un desastre político, social y económico. Qué puede justificar, más allá de razones xenófobas o supremacistas, la terquedad de tantos en insistir, contra toda evidencia, en la inverosímil quimera independentista. No es, desde luego, su noble empeño por preservar una cultura o una lengua propia, que están perfectamente protegidas dentro del Estado autonómico. Probablemente el "hecho diferencial" catalán que explica que un sentimiento, hasta hace poco minoritario, como el independentismo haya pasado a ser un movimiento mayoritario sea la circunstancia de ser una de las comunidades en la que reside un mayor número de contribuyentes de renta superior a la media. En otras palabras: su rechazo a reconocer el principio de igualdad hace del secesionismo, por mayoritario que sea, una ideología moralmente inaceptable. Aunque se empeñe en legitimarlo buena parte de la izquierda.

Que sea Puigdemont el líder independentista más votado da una idea del esperpento. Por lo que sabemos, estuvo a punto de convocar él mismo las elecciones, pero el miedo ante una airada reacción de sus seguidores le llevó, probablemente contra su voluntad, al Parlament a oficiar una confusa ceremonia de declaración de independencia. Para a continuación salir huyendo despavorido. De haber hecho la convocatoria hoy sería considerado un traidor, pero, empujado por los acontecimientos, se ha convertido en el ridículo héroe que hoy es. Son las cosas de esa extraña mezcla de carlismo y antisistema, de involucionistas y revolucionarios de salón, que es ese independentismo mayoritario en la culta y desarrollada Cataluña.

El estrepitoso fracaso del PP fragiliza aún más al gobierno de España, ya de por sí débil y minoritario. Su mayor activo, la aplicación del 155, se ha tornado en fracaso. En realidad, Rajoy no hizo más que lo que pedía Rivera y estaba dispuesto a aceptar Sánchez. Algo hay pues, en este decisivo asunto, de fracaso colectivo de los partidos nacionales. Aunque Ciudadanos y Arrimadas hayan sido los grandes triunfadores y la única nota esperanzadora de una jornada aciaga.

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