Quousque tamdem

Luis Chacón

luisgchaconmartin@gmail.com

Mi reino por una barretina

Puigdemont recuerda a la de los grandes duques rusos exiliados. Se mueve entre el patetismo y el delirio

Es cuestión bien sabida que la racionalidad, con la que Dios Nuestro Señor nos adornó, no es un atributo que utilicemos con la misma habitualidad que presumimos hacerlo. Somos seres racionales a ratos; de higos a brevas en algunos casos y rara vez en un buen número de otros. Hasta hay quien la reserva ad calendas graecas, que hubiera escrito Plauto. Lo más curioso del ser humano está en que siendo, como somos, seres sociales, sea cuando nos organizamos en grupo cuando más fácil es convertir a miles o millones de individualidades racionales, en una masa gregaria e irracional dispuesta al mitin y la algarada, y a pegarle fuego a cualquier edificio simbólico que se cruce en su camino hacia ese mundo mejor que siempre acaba resultando ser un infierno.

La figura de Puigdemont recuerda a la de los grandes duques rusos exiliados en la Francia de entreguerras que tan bien retrata Chaves Nogales y que vivían convencidos de que volverían triunfantes a Rusia en unos meses. Se mueve entre el patetismo y el delirio. Otros, a su vez, siguen cebando la mecha de un conflicto de impredecibles consecuencias, buscando el enfrentamiento con el resto de España. Y siempre hay un tonto en la trinchera de enfrente que recoge el guante. No falla. Dios repartió la estupidez con equidad y sin atender a razas, credos o nacionalidades. Ser independentista es tan legítimo como lo contrario. La política es como el papel, lo admite todo. Uno puede ser bonapartista, partidario de los Templarios, defensor del pirata Barbarroja o añorar el Impero Austrohúngaro. Lo único que no debería hacer es el ridículo. La deriva independentista ha evolucionado de la tragedia al drama, de este a la comedia y ya, en una espiral imparable de sublimación humorística, ha explorado los caminos del astracán, la greguería y, sobre todo, del teatro del absurdo, hasta llegar a afirmar, sin rubor alguno, la superioridad de la raza catalana frente a la española. Como si unos y otros fuésemos gallinas, perros o vacas.

En palabras de Pascal, el corazón tiene razones que la razón no entiende. Así que la de muchos españoles y la de los catalanes, en particular, estará absolutamente pasmada. Me imagino que de haber conocido a estos tipos, el Ricardo III de Shakespeare - Ricard para los íntimos- habría gritado en el campo de Bosworth: una barretina, mi reino por una barretina.¿Para qué vas a pedir un caballo pudiendo lucir una barretina?

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