En tres palabras

Andalucía tiene mal arreglo, si lo tiene

  • Lo de Sevilla y Málaga debe dar mucha vergüencita visto desde fuera, pero también visto desde dentro

Juan Espadas y Francisco de la Torre, alcaldes de Sevilla y Málaga

Juan Espadas y Francisco de la Torre, alcaldes de Sevilla y Málaga / Efe

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Siempre se podrá dudar si Andalucía existió alguna vez y ha fracasado; o si sencillamente nunca existió Andalucía sino muchas Andalucías. En estas cuatro décadas, se han impuesto los localismos, en una espiral realimentada por el centralismo sobre todo de los ochenta y los noventa, fatal en una comunidad tan extensa, diversa y desvertebrada. De ahí que haya triunfado la lógica de las taifas. Basta ver la enésima batallita desatada estos días, entre Málaga y Sevilla, a cuenta de unos vuelos latinoamericanos. En nada se ha hecho sonar el tam-tam de las tribus apelando al orgullo agraviado: ¡habemus batallita!

Los medios ejercen de correas de transmisión sentimental. El director de Sur de Málaga siempre ha presumido en foros públicos de la rentabilidad de estos conflictos, y ha agitado la bronca. Desde allí se desprecia el aeropuerto de Sevilla como si fuera el Aeródromo de la Señorita Pepis. Desde el otro lado, tanto monta, monta tanto, en Abc imaginan la colonización de la casta malagueña –son los mismos que nunca se preguntaron si era saludable cuando la casta era sevillana– y hasta aquí se ha titulado “Málaga quiere arrebatar a Sevilla los nuevos vuelos”. Qué cosas.

Algo estamos haciendo mal. John Merrill, histórico investigador del MIT –el Instituto Tecnológico de Massachussets que lidera el ranking mundial de universidades– que es quien más y mejor radiografió qué es el periodismo de calidad, incluye el localismo entre los vicios de su decálogo. El provincianismo es incompatible con el buen periodismo.

Y, sin embargo, en las dos trincheras, las tropas hacen sonar sus armas protegiendo sus cabezas no con yelmos sino con la boina calada hasta el entrecejo para evitar que les cale el pensamiento crítico. Unos y otros están dispuestos a pelear por el argumento más casposo. En España, más que pecados capitales, como intuyó el clásico, hay pecados provinciales.

Algo va mal cuando un andaluz no entiende que debe apoyar el puerto de Algeciras, el sector industrial de Sevilla, la agricultura almeriense… sin querer todo para su taifa. Entretanto las posibilidades de vertebrar Andalucía serán inútiles. Por mucha A-92 o mucha Andalucía Tech que se haga, siempre se impondrá el tam-tam de la tribu apelando al agravio local. Como en esta tontada semifake de los vuelos.

En fin, se podría decir que lo de Málaga y Sevilla, lo de Sevilla y Málaga, debe dar mucha vergüencita visto desde fuera. Pero sería erróneo, porque también da mucha vergüencita visto desde dentro.

2

La ilusión de la Fórmula Andaluza se ha disipado en el mercadeo persa de los pactos municipales. Ya no hay donde sostener esa idea de que el PP y Cs constituían una alianza de centroderecha donde Vox no pasaba de convidado de piedra. A pesar de la opacidad –y ahí está el sonrojante lío de Granada, donde se acusan unos y otros de falsear el acuerdo secreto de la alcaldía, como en Palencia– la negociación de los presupuestos andaluces ya había permitido a Vox poner en evidencia que se trata de una mayoría de tres. Ciudadanos ha perdido la inocencia; y tal vez sea lo mejor. Colocarse fuera de la realidad nunca es una buena idea. Una vez asumido que Vox está ahí, las reglas del juegos serán más sencillas. Y quizá, por fin, también más transparentes.

Y además el Gobierno andaluz sí mantiene su prurito: Gobierno del cambio. A diferencia de Castilla y León, donde el PP lleva más de treinta años, o Murcia o, por supuesto, Madrid, donde Ciudadanos sostiene a la derecha a pesar de un historial de corrupción muy turbio, en Andalucía sí se da el aval de Gobierno de cambio. Después de casi cuatro décadas de PSOE, hacer correr el aire era necesario. Ahora está por ver que el cambio de color sea un cambio real. De momento se hacen eslóganes de mucho tachintachán, presupuestos providenciales (Juan Bravo, léase Juan Bravissimo), mejoras casi mágicas (“en estos cinco meses le va mucho mejor a los andaluces”, Bendodo), todo de efectos históricos (“el encuentro más importante que se ha producido hasta ahora en la historia de Andalucía”, dice Moreno Bonilla en Marruecos)… y así todo. Esa propaganda recuerda mucho a Andalucía 10 o a Andalucía Imparable. Poco cambio es ése. Y no será por falta de tarea. Sin ir más lejos, una comunidad muy desvertebrada. Pero quizá están demasiado ocupados haciendo eslóganes con los que parezca que todo cambia para que todo siga igual.

3

A la política andaluza no le sobra talento como para despedir sin desazón a Antonio Maíllo. Más allá de sus ideas, ha sido alguien capaz de elevar el debate político andaluz, dándole a la vez humanidad y empaque intelectual. Su cansancio con la política queda sintetizado en esta frase para la Ser: “Hemos ido de la comida de olla lenta a la comida rápida; de los debates elaborados en el Congreso a mensajes de comida basura: tuits, búsqueda del titular… Es la sociedad la que se ha conformado así y la política se ha empapado de ello”. Es difícil saber hasta qué punto sentía que él ya no es de este tiempo, o quizá que sus ideas ya no son de este tiempo. De hecho el viejo comunismo, aquí Izquierda Unida, tiende a desaparecer. Quizá no quería la tarea de ser a quien le tocase apagar el último interruptor al salir.

Se entiende la melancolía de Maíllo, y también la necesidad de recuperar cierto control sobre su vida. Su último alegato de la Andalucía vaciada queda como legado, o como testimonio para la nostalgia. Pero el problema de la política no es que se vayan los mejores –como ha dicho Elías Bendodo, que por cierto se queda– sino que difícilmente se deciden a llegar los mejores. Y no hay señales en los partidos para pensar que tratan de contrarrestar eso. Se han convertido en maquinarias endogámicas de un poder de banderías al precio de la mediocridad.

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