Teleñecos, bocazas y desahogados
Sufrimos tantos mindundis en la vida pública que no merecen ni ser nombrados, tan sólo desearles una pronta marcha
La decadencia nunca es propia de un sector concreto o de un territorio en particular. Suele ser un fenómeno generalizado, como una bomba racimo que afecta a todos los órdenes de la sociedad. El tonto de guardia lo llamaría “efecto coral”. Salvo en determinados paisajes urbanos de ciudades italianas o portuguesas –casos en los que genera cierta belleza en la arquitectura y en las tramas urbanas– la decadencia conlleva una degradación palmaria. Se degrada la enseñanza, con profesores con pies de barrio y padres envalentonados por la gracia de los políticos, como lo hace la vida pública en general.
Hoy llegan a ministros, decanos de facultades, alcaldes, hermanos mayores, catedráticos, obispos o presidentes de colegios profesionales una serie de personajes que hace treinta o cuarenta años ni soñaban con la posibilidad. Ahora todos esos cargos, salvo honrosas excepciones, cotizan a la baja. Son los nuevos barandas. Sufrimos en puestos principales a sujetos que han devaluado los empleos o destinos que ocupan.
No se trata de apostar por perfiles tecnócratas, sino por gente sencillamente correcta, que no haga el ridículo público en las redes sociales, que gestionen sus parcelas con honradez y discreción, y que el día que se vayan del puesto dejen un país, una ciudad, una facultad, una entidad profesional o un club algo mejor de lo que se lo encontraron. No es de extrañar que impere el tuteo en esta España degradada. Es que cuesta cada vez más trabajo encontrar a alguien al que dirigirse con el respeto y el afecto del usted, tratamiento sólo usado ya en tono desafiante y chulesco. Si hasta en las entrevistas periodísticas cada vez se tutea más al entrevistado...
Los curas ya no saben latín, las humanidades se orillan en los planes de estudio, en el SAS te recibe un médico veinteañero en camiseta que te riñe (de tú, por supuesto) porque no has pasado por la maquinita de validar la cita. ¿A alguien le extraña que suframos políticos que a la mínima dejan al desnudo su mediocridad y su tacticismo de tienda de chino? Quizás los administrados exigimos poco, somos permisivos, tenemos amortizado que en diferentes niveles nos gobierna una panda. En el fondo nos basta con llegar a fin de mes aunque sea con fatigas y olvidarnos de las penurias cotidianas y de tanta miseria gracias al fútbol, las fiestas populares o las aficiones particulares. No nos sorprende soportar a dirigentes convertidos en verdaderos bocazas, teleñecos que abusan de los canales públicos, pobres hartos de pan, gente al fin sin educación. Más que decadentes son... unos desahogados.
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