Ya es señal de mal agüero arrancar una película con una secuencia que transcurre en una gala de los Goya, pretexto para presentar a las tres mujeres, hija, madre y abuela de una saga de actrices, que protagonizan esta historia de sororidad y comprensión intergeneracional con la que Elvira Lindo debuta en la dirección después de ver cómo algunos de sus libros y guiones ya habían sido llevados al cine con desigual fortuna.

Un mal agüero que se confirma pronto con otro atrevimiento no menos ambicioso y cultureta marca de la casa, a saber, ese que busca hacer resonar su historia nada menos que en el montaje de La gaviota de Chéjov donde recala la nieta laureada (Aura Garrido), mientras la madre (Emma Suárez) subsiste en plena crisis haciendo papeles secundarios de culebrón y la abuela (Magüi Mira) descansa en su retiro dorado con el prestigio intacto.

Pero no se preocupen, el bueno de Anton sale indemne de la afrenta porque lo que le interesa aquí a Lindo y Féjerman, la otra co-directora (Mamá, no enredes), es desplegar en un impreciso tono de comedia y melodrama y con escaso pulso en la dirección interpretativa las cuitas íntimas o la nostalgia sanadora de esas mujeres tras la revelación de algunos secretos y la toma de conciencia ante las consecuencias de los mismos.

Para que esta ecuación femenina funcione es necesario que los hombres queden al margen o vengan rebajados por la caricatura (del director pollavieja al actor-seductor pasando por el amigo gay al que Pedro Mari Sánchez presta el comeback autoconsciente), o sea, que despejen el camino para que, entre recuerdos de infancia, palabrería fina y teatrillos sonrojantes, nuestras mujeres celebren y canten su resiliencia y su empoderamiento emocional a los cielos de un Madrid de cartón piedra y una ribera del Manzanares de teleserie.