El secreto de las abejas | Crítica

Otra de amores imposibles

Holliday Grainger y Anna Paquin en una imagen de 'El secreto de las abejas'.

Holliday Grainger y Anna Paquin en una imagen de 'El secreto de las abejas'.

Tras el estreno hace una semana de Elisa y Marcela, de Isabel Coixet, he aquí una nueva película que necesita echar mano del pasado, los esquemas melodramáticos más apretados y los clásicos remilgos cursis a la hora de filmar los cuerpos en acción para su reivindicación políticamente correcta de la libertad sexual y sentimental femenina.

A partir de la novela de Fiona Shaw, El secreto de las abejas nos lleva a la Inglaterra provinciana de los años 50 para desplegar su estrecho campo de deseo y represión entre dos mujeres-víctima (Anna Paquin y Holliday Grainger) que se sienten atraídas la una por la otra en un ambiente de creciente hostilidad que, servido por un guion con tendencia al masoquismo, les hará la vida imposible al tiempo en que pone al espectador modelo ante esa inevitable identificación con su causa por la vía de la simplificación y el trazo grueso en el retrato de los antagonistas.   

Para colmo de ingredientes melo caducados, el filme de Annabel Jankel sitúa en su epicentro a un niño que rememora el pasado unido a una explícita trama metafórica sobre la cría de las abejas que tiene en una truculenta secuencia final en paralelo su clímax desdoblado de intolerancia y violencia contra las mujeres que no quieran seguir el redil de las convenciones.

Estos toques de realismo mágico (digital) en plena escalada dramática terminan por reducir una propuesta reivindicativa a un mero folletín de sobremesa que nada bueno ni nuevo aporta a la historia de la visibilización del amor entre mujeres en el cine. Duele imaginar lo que hubiera podido hacer el gran Terence Davies con tan sólo una pequeña parte de estos mimbres.