El caso Farewell. Intriga, Francia, 2011, 113 min. Dirección: Christian Carion. Guión: Christian Carion. Fotografía: Walther van den Ende. Música: Clint Mansell. Intérpretes: Guillaume Canet, Emir Kusturica, Diane Kruger, Willem Dafoe, Niels Arestrup, Fred Ward.
Una de las muestras de la debilidad del actual cine europeo es que cuando busca densidad dramática, profundidad humana, seriedad en el tratamiento de los conflictos y calidad de imagen mira hacia atrás, imitando, en vez de mirar hacia delante, creando. La mirada creativa hacia los referentes clásicos es siempre, más que aconsejable, necesaria. Pero para utilizarlos como palestra de entrenamiento y fuente de inspiración creativa, no para imitarlos como si fueran esas reproducciones en escayola de esculturas clásicas que adornaban los pasillos y patios de mi querido Laboratorio de Arte de la Universidad de Sevilla. Eso sí: mejor la discreta copia de los grandes modelos que el irritante ejercicio creativo de quien carece de facultades o el sometimiento esclavo a los caprichos del mercado.
El caso Farewell es un ejemplo de buen cine que elije ese camino intermedio de la copia correcta, superando a veces los límites de la corrección para alcanzar los de la creación (sobre todo en lo que a la dirección de actores se refiere). Sus modelos son los clásicos del espionaje serio ambientado en la Guerra Fría como El espía que surgió del frío de Ritt, Llamada para el muerto de Lumet, El factor humano de Preminger, El hombre de MacKintosh de Huston, La Casa Rusia de Schepisi o, más recientemente, La vida de los otros de Henckel-Donnersmarck.
De todas ellas Christian Carion -autor de Feliz Navidad- extrae los dos personajes clave de estas historias: el amargado y desencantado que traiciona a un gobierno por fidelidad a una idea y el inocente correo que se va viendo envuelto en una tela de araña de proporciones internacionales y efectos letales para él y los suyos. Extrae los tristes paisajes invernales, los interiores sombríos y los exteriores urbanos desolados. Extrae el pausado ritmo narrativo que busca el desvelamiento de los caracteres y de la trama a través del juego de actores -sobre todo explorando sus rostros- más que a través de escenas de acción. Y extrae, por último, la tremenda complejidad narrativa que parece buscar voluntariamente el desconcierto del espectador.
Carion hace pocas aportaciones personales a este legado. Pero lo maneja con sobria contención y lo desarrolla con perfecta profesionalidad, como si buscara más la complicidad de los nostálgicos que añoran aquellas excelentes y tristes películas que el aplauso de los nuevos públicos pos-Bourne. El resultado es una buena vieja película magníficamente interpretada por dos directores de cine -un buen Guillaume Canet y un soberbio Emir Kusturica- que atrapa por su rigor visual y por la fuerza de su compleja y oscura trama, a veces sólo a medias comprensible. Aunque la comprensión a medias y los cabos sueltos son una marca del cine negro y de su variante de espionaje serio desde los tiempos de El Halcón Maltés y El sueño eterno.
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