Como Dios manda | Crítica

Reeducando al cuñado Harlem

Una imagen de la comedia protagonizada por Leo Harlem.

Una imagen de la comedia protagonizada por Leo Harlem.

Si hay alguien capaz de reunificar o conciliar hoy por hoy a las dos Españas del sanchismo de progreso y el demonio de la ultraderecha, ese es Leo Harlem, comediante de la vieja escuela y el chascarrillo siempre a punto que ha entrado en el cine español para hacerse con lo que queda de la taquilla ya sea como protagonista (El mejor verano de mi vida, Superagente Makey) o como secundario de lujo (Padre no hay más que uno).  

En Como Dios manda, su último vehículo estelar rodado y producido entre Sevilla y Málaga, interpreta al funcionario de Hacienda metódico y cuñado alfa degradado a trabajar en la oficina de Igualdad como castigo a su incorrección política en tiempos de diversidad, atención a las minorías y lenguaje inclusivo.

Servida la comedia en sus mimbres de oposición y contraste más básicos y elementales, escritos los diálogos y réplicas a la medida del cómico leonés en su versión más aseada, la película que dirige Paz Jiménez no necesita disimular su funcionalidad de teleserie para transitar entre gags verbales por el proceso de reeducación que haga de nuestro hombre del pasado todo un entrañable defensor convencido del viento tolerante y solidario de los tiempos.

El problema es que en el trayecto la comedia deviene sermón y toda rugosidad de humor nacido de la incomodidad acaba más pulida que un suelo de mármol de estreno. Como en otras cintas protagonizadas por Harlem, la sátira sociológica se desinfla y acolcha en pro de las buenas intenciones, la moraleja biempensante y el discurso familiar. Una lástima.