Explota explota | Crítica

Cine dentro del armario

Carlos Hipólito e Ingrid García Jonsson en una imagen de 'Explota explota'.

Carlos Hipólito e Ingrid García Jonsson en una imagen de 'Explota explota'.

En una operación retro que se mira en productos como Mamma Mía o La la land y que recuerda un poco a aquella Los años desnudos de Ayuso y Sabroso (2008) a propósito de la desmitificación nostálgica del cine del destape, Explota explota rememora desde el musical, la estética de reconstrucción en plató (quién dijo Cuéntame) y la paleta de Instagram aquellos años setenta de liberación televisiva vigilada por la censura en los que las canciones de Raffaella Carrá se encadenaban en unas listas de éxitos que disimularon las grisuras de la España tardofranquista con una prolongación italianizante y sexy del landismo.

Concebida como musical a mayor gloria de cada una de las canciones utilizadas como triste pretexto para el corta-pega argumental, Explota explota se resiente de su escasez de ideas de puesta en escena a la hora de concebir los números musicales y de un vergonzante tono romántico-caricaturesco que, lejos de distanciarse de la época, sus peajes políticos y estereotipos en una operación crítica o empoderada (como tímidamente pretende), la termina simplificando y blanqueando entre censores con bigotillo y contraplanos de Carmencita Polo.

Si Ingrid García Jonsson vuelve a demostrar una vez más su incapacidad para cogerle el tono adecuado a la comedia, Verónica Echegui le come cada escena compartida y parece la única en haber entendido por dónde debieran haber ido los tiros. Que tome nota Almodóvar. A su lado, dos geyperman de atrezzo (Guallar y Maggio), un Casablanc pasado de rosca y un Tejero que se queda en triste sombra de aquel Valerio Lazarov que sí supo ser moderno y tomarle el pelo a los señores de la tijera. Si al menos Nacho Álvarez hubiera tenido la poco original idea de copiarle su estilo...