Fatum | Crítica

De tripas corazón

Luis Tosar y Álex García en una imagen de 'Fatum'.

Luis Tosar y Álex García en una imagen de 'Fatum'.

Si aún recuerdan aquella El desconocido que puso a Luis Tosar y Javier Gutiérrez en una artificial dialéctica moral dentro de un coche en pleno centro de La Coruña, les va a sonar y mucho esta Fatum que cuenta también con guion de Alberto Marini, especializado en el thriller de fórmula metido en una auténtica olla exprés narrativa y embutido en un no menos estandarizado diseño visual.

Aunque dirigida por el debutante Juan Galiñanes, es a Marini y a los productores a quienes debemos pedir cuentas por semejante afrenta a la lógica, la credibilidad y no digamos ya a la inteligencia del espectador, fraguada en un guion plagado de casualidades y causalidades de manual que no entienden de otra verdad o matices que no sean los de la manipulación dramática, el maniqueísmo sentimental o el porque sí que conducen en montaje paralelo la crisis de una familia con padre adicto a las apuestas (Tosar: no lo recordamos tan mal y no sólo por la caracterización y la peluca) y la de otra con hijo enfermo a la espera de un trasplante unidos por el azar sobreescrito de un atraco con secuestro, francotiradores, una muerte accidental y una intensa jornada hospitalaria donde cualquier encuentro, decisión o giro de los acontecimientos siempre es posible.

Con todos esos ingredientes, y en su delirante trazado sobre el destino y los intercambios, Fatum termina provocando risas indeseadas cuando debería tenernos con el corazón en un puño.