Hollyblood | Crítica

Que me piro, vampiro

Una imagen de 'Hollyblood', con Óscar Casas y Jordi Sánchez.

Una imagen de 'Hollyblood', con Óscar Casas y Jordi Sánchez.

Subproducto juvenil nacional y veraniego avalado por Netflix y a mayor gloria del lanzamiento de Óscar Casas, hermano pequeño de Mario, como nueva estrella adolescente, Hollyblood aspira a hacer parodia del género vampírico, más concretamente de la infame saga Crepúsculo, a costa de un puñado de blandos adolescentes de colegio religioso que pasan sus ratos libres entre foros y chats de internet en pleno despertar romántico-hormonal.

La cinta de Jesús Font se tira a la piscina caliente de su condición de serie b sin entender que para sostenerle el pulso y el tono a la broma metarreferencial la puesta en escena debería ser mucho más gamberra, dinámica y alocada e ir algo más allá de los modos de la sitcom televisiva y los mensajitos de Whatsapp en pantalla, por no hablar de ese humor romo de sacristía, ristra de ajos, cinefilia barata y desfase generacional al que una monja poseída, un gordito iluminado y un padre lenguaraz prestan una percha merecedora de esconderse en cualquier currículum.