La historia de mi mujer | Crítica

El oleaje del deseo

Léa Seydoux, Gijs Naber y Louis Garrel en una imagen del filme.

Léa Seydoux, Gijs Naber y Louis Garrel en una imagen del filme.

A la veterana cineasta húngara Ildikó Enyedi (En cuerpo y alma) los premios y reconocimientos tardíos del orbe académico le han servido para acometer esa película ambiciosa-de-verdadero-prestigio-cultural que es o pretende ser La historia de mi mujer, adaptación de la novela de Milán Füst que nos lleva a una Europa de primeros del siglo XX en la que aún se palpa cierto esplendor decimonónico a las puertas de la modernidad urbana y sus transformaciones sociales.

Entre París, Rotterdam, Hamburgo y los viajes de nuestro elegante lobo de mar, el filme delinea con preciosismo caligráfico el marco de época, ya saben, cuidadísima ambientación, vestuario y fotografía y correcto inglés de academia, para ir al núcleo de una historia de amor fou entre el citado capitán (Gijs Naber), robusto arquetipo de una masculinidad antigua y novelesca, y la enigmática joven de vida libre (Léa Seydoux) de la que se enamora impulsivamente tras un encuentro fortuito. Una historia agujereada por capítulos en la que el amor, el deseo, el sexo, la sospecha y el demonio de los celos van ocupando poco a poco su lugar entre los pliegues de unos encuentros de ida y vuelta entre las salidas y la vida profesional de nuestro protagonista, cada vez más aturdido por la incertidumbre y el desplazamiento.

A pesar de su despliegue en el tiempo, La historia de mi mujer no justifica nunca su desmesurado metraje, menos aun cuando, llegado su ecuador, no hace ya sino dar vueltas sobre unos mismos asuntos, lugares e ideas que no contribuyen demasiado a despejar la psicología que subyace tras el recelo o el sentido de la dignidad y la humillación que atenazan a nuestro capitán mientras su esposa se escurre siempre como un enigma indescifrable entre fiestas de disfraces, supuestos amantes y la ternura de la intimidad.

A la postre, en su envoltorio de lujo y calidad, la película de Enyedi parece mirarse demasiado a sí misma en sus cualidades superficiales para olvidarse del fuego, la pasión y las contradicciones que consumen a la pareja y sus circunstancias.