Klaus | Crítica

Razones de sobra para un Oscar

Una imagen del filme de animación 'Klaus', de Sergio Pablos, candidato al Oscar.

Una imagen del filme de animación 'Klaus', de Sergio Pablos, candidato al Oscar.

En apenas unas horas sabremos si Klaus, de Sergio Pablos, se convierte en el primer largo de animación español en conseguir el Oscar, insólita circunstancia que ha ido cobrando fuerza, incluso con Toy Story 4 o la exquisita J’ai perdu mon corps entre las candidatas, después de que el filme producido por el propio Pablos (SPA Studios), Atresmedia y Netflix, haya conseguido ya el premio Bafta en la categoría y el mucho más especializado y prestigioso premio Annie que otorga el gremio de animadores.

Y no sería nada descabellado ni mucho menos injusto que lo hiciera, habida cuenta de su desbordante creatividad y encanto, repartidos generosamente entre una historia que aborda de manera original el nacimiento del mito de Santa Claus en los confines helados del Norte de Europa, y un portentoso trabajo de diseño y animación tradicionales, con dibujos 2D realizados artesanal y pacientemente, que encuentra en cada escena e incluso en cada plano pequeños y brillantes detalles de caracterización, escenografía, iluminación, color, puesta en escena o concepción del gag que hacen del filme un verdadero y transparente festín para el ojo y las emociones elementales.

Klaus emerge así como fruto de una larga maduración (el debutante Pablos tiene ya 49 años y lleva más de diez años intentando sacar el proyecto adelante después de una larga carrera en la profesión: El Jorobado de Notre Dame, Hercules, Gru, Rio, Futbolín, Abominable…) y del dominio expresivo de unas formas animadas que eluden aquí toda tendencia a la estandarización globalizada, destacándose de otros productos igualmente bien facturados por su equilibrio entre la narración clásica y los guiños que han pretendido integrar a las generaciones adultas. Pablos consigue fundir ambos tonos y universos sin excesos posmodernos, con una extraña y poderosa síntesis del cuento infantil apto para todos los públicos, y sin apenas concesiones a los modelos formateados más allá de un par de momentos de montaje musical al ritmo de canciones pop de radio-fórmula a los que se nota su condición postiza.

Leve y brevísimo borrón en una cinta lanzada a un ritmo frenético en sus dos primeros tercios, dedicados a la presentación de nuestro estirado cartero y su llegada al pequeño pueblo de Smeerensburg, donde dos clanes se enfrentan salvajemente como forma de vida, y que se atempera prudentemente hacia lo sentimental en un tramo final que desvela el origen de la melancolía del futuro Santa Claus para reconvertirla en ese espíritu pacificador, generoso y solidario con el que todos los niños lo identifican, y sorteando de paso toda imaginería de prestado o todo lugar común de eso que los anglosajones (y su cine) han llamado siempre “espíritu navideño”.

La operación completa su esencial y generosa iconoclastia con un ilustrativo y dinámico score de Alfonso G. Aguilar ajustado como un guante y un no menos expresivo trabajo de voces (en su original en inglés, eviten si pueden el doblaje el español) en el que Jason Schwartzman, J.K. Simmons, Rashida Jones o Joan Cusack prestan sus mejores inflexiones caricaturescas a unos personajes, Jesper, Klaus, Alva o la pequeña niña sami Margu, que pertenecen ya por pleno derecho a la galería de inolvidables de la animación reciente.