Sick of myself | Crítica

La chica del rostro desfigurado

Kristine Kujath Thorp en una imagen del filme.

Kristine Kujath Thorp en una imagen del filme.

Resulta imposible no relacionar esta Sick of myself de Kristoffer Borgli con La peor persona del mundo, del también noruego Jochim Trier, igualmente ambientada en un Oslo luminoso y chic, protagonizada por una mujer joven en plena crisis personal y diseñada para el concurso de Cannes.

La cuestión está en dirimir si esta segunda no funciona realmente como una parodia de aquella y sus cuitas generacionales y pequeño-burguesas pasada por el siempre problemático filtro de la sátira contemporánea al estilo Östlund (no falta aquí tampoco la escena con vómito), a saber, una mirada a la era del narcisismo y la necesidad compulsiva de llamar la atención desde la caricatura y los gestos extremos. Porque extrema es la cara que se le queda a nuestra protagonista después de atiborrarse de pastillas rusas ilegales compradas online, única forma al parecer de que su egocéntrico novio artista, sus contadas y falsas amistades y unos ridiculizados medios de comunicación le echen cuenta.

Borgli intenta modular los excesos de su fábula negra con entradas y salidas de lo real aunque también con cierta tendencia a lo reiterativo, dejando por el camino demasiado rastro viscoso y a unas criaturas que nunca trascienden del todo su condición de marionetas ejemplificadoras para el relato. Sick of myself aspira a poner en un espejo deformante estos tiempos de relaciones líquidas, culto a la imagen, postureo, masculinidades tóxicas y soledad urbana; también, de paso, al mundillo del arte contemporáneo. La cuestión es saber si no lo hace realmente con su mismo lenguaje y sus mismas y cínicas armas de seducción.