Literatura

'Esbirros': Antonio Ortuño baja al sótano

  • El autor mexicano, convencido de que "la literatura debe llegar hasta donde alcanza la experiencia humana", reflexiona en su nuevo libro sobre el poder y sus venenos

Antonio Ortuño,  fotografiado en una anterior visita a Sevilla.

Antonio Ortuño, fotografiado en una anterior visita a Sevilla. / Belén Vargas

"No busquen historias Disney ni fábulas morales en estas páginas", advierten los editores en la contraportada de Esbirros, el nuevo libro del mexicano Antonio Ortuño. El propio autor apunta en la nota preliminar de este conjunto de relatos, publicado por Páginas de Espuma, que le "revientan" las historias aleccionadoras. "Un predicador, lo sepa o no, es siempre un mentiroso. La vida es más compleja que las teorías y creencias que pretenden explicarla".

Ortuño, finalista del Herralde con Recursos humanos y ganador del Premio Ribera del Duero por La vaga ambición, donde hacía un acercamiento descreído e irónico a las miserias de la escritura, reflexiona en sus nuevos relatos sobre el poder y la sumisión, pero aquí, como él dice, le esperan al lector moralejas "delirantes, inciertas". El creador dinamita esa frontera levantada de forma artificial entre los buenos y los malos, los culpables y los inocentes, y escarba entre los restos de ese muro caído para decirnos que todos formamos parte de esa ruina. Lo hace desde dos certezas: una se la debe a Ezra Pound, que dijo que la belleza y la fealdad no se oponen. La otra, a Sherezade, que aparece por estos cuentos y de quien aprendió que siempre, se juegue uno la vida o no, hay que atrapar al receptor de la historia que estás narrando.

"Me interesan mucho las relaciones entre las personas, la naturaleza humana es la materia central de mis relatos. Pero hay una diferencia grande entre eso y la pontificación", afirma el narrador en una videoconferencia con este periódico. "Encontré esta cita de Pound que viene a decir que en la literatura no sólo se trata de crear belleza, que también hay que mostrar la fealdad, que quien escribe debe llegar hasta donde llega la experiencia humana, y si la experiencia humana se adentra en unos sótanos oscuros el narrador debe hacerlo igualmente, no puede quedarse en la puerta y mirar hacia otro lado".

El narrador cree que "en la literatura no funcionan los buenos ciudadanos, los buenos vecinos"

En un puñado de historias en las que sobrevuelan influencias dispares –desde Las mil y una noches a Philip K. Dick o Malcolm Lowry–, y en las que conviven el humor y el terror, Ortuño defiende que "de algún modo, todos somos víctimas de alguien, incluso la gente poderosa tiene siempre un pez más grande que le muerde. Pero que te puedan abatir no te convierte en inocente, porque si cambiaran las tornas y te dieran otro estatus seguramente abusarías de esa posición. En varios de los relatos se habla de lo corrosivo que es tener algún poder, ya sea en la pareja, en la familia o en la política".

Tampoco los escritores se salvan de la ponzoña de la ambición: en Escriba, una de las primeras piezas del libro, un criado que deja constancia de lo que le dictan su señor y sus hijos se somete y adapta al antojo de cada uno para sobrevivir, un argumento que despliega una potente metáfora de las servidumbres y presiones "que afronta cualquiera que agarre la pluma, ya sea periodista o narrador, en una época como ésta. Todo el mundo tiene al escritor encañonado: se habla mucho de la cultura de la cancelación, pero por el otro lado está la extrema derecha. Todos han olvidado la noción de independencia, aspiran a que el escritor sea uno de ellos y trabaje para ellos. Escriba trata sobre eso".

Cubierta del libro. Cubierta del libro.

Cubierta del libro.

A lo largo de la obra, Ortuño cuestiona o al menos reserva una sorpresa para todos los personajes que desfilan por sus páginas: perros, policías, mujeres que salen del trabajo y pasean con miedo por las noches, hombres que creen haber dejado la droga "o cuidadores de chicos discapacitados y los tratan como si fueran sus mascotas. El que se compadece de otro también lo está rebajando, al final la condescendencia es tan turbia como el odio", analiza Ortuño cuando se le pregunta por la complejidad moral de sus criaturas. No se salva ni el gusano del mezcal: en uno de los cuentos, el bicho transforma una negociación laboral en una pesadilla estremecedora. "Es que el tequila es de mi tierra [él nació en Zapopan, Jalisco, en 1976], y preferirlo es el único rasgo de regionalismo que me permito. Siempre digo que el mezcal es un tequila en el que alguien hirvió un pollo, es grasiento y ahumado", bromea, antes de reivindicar, de nuevo, esa riqueza de matices de sus protagonistas. "Yo quiero tener como vecinos a los buenos ciudadanos, para que no me jodan la vida, no me pongan la música alta ni le den golpes a mi auto, pero como lector no le veo el sentido a quedarme con las buenas personas. En la vida todos mostramos formas muy diferentes de crueldad, pero normalmente la ficción pone en el microscopio las más evidentes. Y yo quería fijarme en toda la gama que no se explora habitualmente", dice Ortuño.

"Entre la cultura de la cancelación y la extrema derecha, todo el mundo tiene encañonado al escritor"

El mexicano, que redactó La vaga ambición como respuesta al "estado de cabreo permanente" que le inspiraba la literatura, admite estar ahora más en paz con su oficio. "Con esto tan terrible de la pandemia me he ahorrado los controles de los aeropuertos, y he escrito mucho en el encierro. Para mí, la literatura es ese momento en el que alguien está sentado en solitario escribiendo, o alguien está sentado en solitario leyendo. Es una charla entre dos personas que no se conocen, y eso me fascina. Pero la otra parte de la vida literaria me cuesta. Si yo pudiera contratar a un doble que acudiera por mí a las ferias y, lamento decirlo, respondiera por mí a las entrevistas… ¡desde mañana mismo estaría contando con sus servicios!", exclama con una carcajada. "Intenté entrenar a mi perro, pero, claro, aquello no funcionó".

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