Pureza | Crítica

A los núcleos de la identidad

  • Irene Domínguez despliega una mirada propia en 'Pureza', libro con el que logró un accésit del Adonáis

La poeta Irene Domínguez.

La poeta Irene Domínguez.

Los primeros poemarios, ya se sabe: balbuceos, imitaciones, ecos. Lo habitual. Son libros cuyo valor es la huella que llevan o la impronta que denotan. Salvo excepciones, como sucede con el primer libro de poemas de Irene Domínguez (Toledo, 1996). Filóloga y periodista cultural –merecen atención sus artículos sobre música urbana, flamenco y cultura popular–, acaba de publicar Pureza, por el que la autora ha recibido un accésit del Premio Adonáis, en su última edición. Un libro que contiene eso que podríamos calificar como acento, mirada, estructura, discurso. Puntos cardinales que desarrollamos.

Pureza elabora un discurso que emana de la familia y del amor. La muerte del padre en la infancia y las relaciones sentimentales –desde el prisma de la mujer, de lo femenino– en la adolescencia determinan el carácter, la conciencia, de la autora. Carácter y conciencia forjados ambos en la adversidad, en la marea a contracorriente. En los orígenes humildes de aquellos que, a pesar de la dedicación y del trabajo, no lo tienen fácil –pero tampoco ceden al cinismo o la apatía–. Leemos en los primeros versos del libro: "¿Has visto qué desastre? / No tengo padre ni casa, / he perdido de fiesta más pendientes / que personas me han querido. / Aun así, creo en el amor eterno". Y sigue Irene Domínguez: "Mi padre fue albañil y mi madre costurera. / Si hubiese atendido a sus oficios / sabría cómo arreglar mi vida. / Ahora me veo artesana de mí, / tratando de meter todas estas matrioskas en una sola".

Ese "artesana de mí" es la expresión que remite a una vida construida sin herencias, que se ha hecho, como se suele decir, a sí misma. La autora, tras el poema que inaugura el libro, nos lleva por las "matrioskas" que constituyen su biografía –una biografía que podría no ser personal, sino de cualquiera–. Y aquí pasamos a diseccionar la estructura de Pureza. Una cuidada estructura repleta de significados, de posibles interpretaciones. La matrioska como símbolo de una época que encierra otra época, y otra, y otra; pero también como imagen de lo femenino. O quizá como ese conjunto de capas que dan cuerpo a nuestras identidades. En una matrioska, Irene Domínguez escribe de la infancia; en otra matrioska, la adolescencia; en otra, los primeros años de la edad adulta. En cada una de ellas, de estas muñecas rusas, siempre presente el triángulo del amor, de la familia y de la coyuntura social.

La mirada de Irene Domínguez coincide con el desencanto de su generación. Un desencanto tantas veces citado que quizá no sea necesario detenernos. Algunos apuntes tan sólo: el cansancio de un futuro siempre postergado, las inestabilidades emocionales o laborales. "Ha pasado el tiempo y, sin embargo, / mientras vivo aquí no pasa", leemos.

Por último, hacemos parada en el acento de este libro. Con sus ritmos prosaicos –pero con musicalidad– y con imágenes que van del surrealismo al expresionismo: "Vosotros queréis un pedazo de mí. / Aquí estoy, cogedlo, / pero no os cortéis con los añicos". Así es: la poesía de Irene Domínguez corta –y a su vez sangra–.

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