Málaga CF

El Málaga es un bluf (2-1)

  • Con la jornada propicia para colocarse a dos puntos de la Liga de Campeones, ofrece una noche decepcionante y espesa. El equipo se ha vuelto mediocre y Pellegrini no endereza el rumbo.

El Málaga se ha instalado en la mediocridad, donde se ahoga como en arenas movedizas (cinco encuentros sin victoria). Aunque no se le ve sufrir en la agonía; quizá habría que revisar si los bidones de agua llevan realmente morfina. El equipo es superficial, intenta y no consigue. Está pero no es. Esta jornada los rivales pincharon en efecto dominó y la zona europea se le iluminaba con luces de neón. Ni siquiera puso en el campo coraje y corazón, como le identifica su himno. Saltó al terreno de juego señalado por los dioses, se marchó con la cara colorada y otra decepción en la mochila. A la afición, sin embargo, le pica como un sarampión.

Todo lo dicho acerca de la actitud no es aplicable a Toulalan. Gracias a su presencia en el campo es posible el contraste de sensaciones. Sí está salpicando, y mucho, a Pellegrini, que se marchó de Gijón como una banda desafinada del escenario. Aun así, tiene suerte el chileno. Muchos de sus colegas estarían en el alambre en su situación; él sigue teniendo detrás un oráculo y un cheque en blanco para arreglar los malos momentos. La paciencia de la afición la va perdiendo como quien porta agua en un cubo agujereado. Le apodan el estratego en Chile y en Málaga no saben por qué. Le achacan la tristeza que transmite el equipo e incapacidad para reaccionar tras los accidentes del encuentro. Ayer otra vez, quizá con más vehemencia por el desperdicio de acabar el domingo a dos puntos de la Liga de Campeones.

A estas alturas, no cabe preguntarse a qué juega el Málaga, está clara la respuesta, sino qué falla en la comunicación entre Manuel Pellegrini y sus jugadores. O el técnico no sabe transmitir lo que quiere o sus hombres no le entienden. A veces, como en El Molinón, ambas desconexiones ocurren de la mano. Insiste el chileno en aplicar una idea que, con medio año de trabajo, ni rompe ni asoma. El pecado capital, ubicar a Cazorla como creador. Ahí está triste y cortito el asturiano. También confundido. Le sobra regate en esa zona y lo pierde el equipo arriba. El ejemplo para todos, menos para Pellegrini, está en su exhibición de técnica en la jugada en que pareció un esquiador para llegar hasta el área, donde Gálvez le hizo un penalti invisible para Del Cerro Grande. Podría quejarse mucho el equipo de la labor del colegiado, quien tampoco se percató del fuera de juego en el que llegó envuelto el 1-0. Pero tiene más derecho la afición a protestar por la sequía de fútbol e ilusión que le da su equipo.

Los blanquiazules se han convertido en un equipo plano, lento, estático y previsible. Sin fe para replicar cuando le vienen mal dados. Mal colocado, largo de la defensa al ataque para redundar en la falta de recursos tácticos y capacidad para sorprender el rival. También el Sporting se vistió de muro y eso le valió para salir indemne. Como han hecho tantos otros antes.

Suturó Van Nistelrooy el enésimo agujero a balón parado (lo festejó, pese a que el choque pedía centro de saque rápido, por su lucha contra el reloj biológico). Lo hizo a tres del final y hasta pareció que llegaba la remontada. Ese fugaz optimismo lo borró de un plumazo Trejo, que en la prolongación controló con el pecho, pidió un café, se acomodó el disparo y se sentó en el sofá a ver cómo entraba por encima de Caballero con los jugadores del Málaga molestándole con la mirada. Un gol doloroso pero no menos que la pobre imagen blanquiazul. Al menos sirvió para evitar un punto de excusas. Casi cumplido un campeonato no las necesitan Pellegrini y los suyos. En una liga con la puerta europea abierta a todo aquel capaz de enlazar dos partidos sin perder, al Málaga le ha bastado jugar con el piloto automático para estar ahí. No les basta a los aficionados, exigentes y ambiciosos. Saben que su equipo es un tanque que sólo dispara agua. 

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