Ruud, un milagro para Geffen
· Y mañana: Sus primeros pinitos en el Nooit Gedacht.
Geffen se apaga antes de que se oculte el sol. Es raro ver a gente fuera de casa, apenas los inmigrantes turcos que trabajan en los alrededores del pueblo. Las corrientes vacaciones se han llevado a muchos de sus escasos 600 lugareños y el ulular del viento es el único ruido en las calles hasta que las campanas de la iglesia de María Magdalena lanzan sus tañidos. El bullicio no se reproduce en otras épocas porque es una villa solitaria que flota sobre la calma. La construcción mantiene económicamente a sus habitantes, las bicis doblan a los coches y el verde absorbe el gris de las aceras. Su gran atractivo es una ancha línea recta salpicada de casas pareadas, Kapelstraat. En el 9A de la calle de la iglesia creció Ruud Van Nistelrooy. Para hacer inmortal a Geffen.
"Es lo mejor que le ha pasado al pueblo, es nuestro orgullo", defiende Juan Quekel, vecino cuyos hijos se criaron puerta con puerta con Van Nistelrooy. Lo hace desde el enfado, como todos sus paisanos, porque las enciclopedias y las páginas de internet retratan al holandés como hijo de Oss. Sucede que Geffen no alberga hospital y las mujeres embarazadas tienen que desplazarse hasta la localidad vecina, a cinco kilómetros, para dar a luz. "¡Sólo estuvo allí seis días!", clama otro vecino, Ronny. Defender su raigambre es defender la propia idiosincrasia de Geffen.
Hoy son esporádicas las visitas del ariete a su lugar de origen. La última fue hace un año. "Si viene aquí, no le dejarían un momento", apostilla Frank Van Dyck. Su huella en la actualidad no ha variado un ápice del niño que vieron crecer jugando al fútbol en el garaje de su casa. Un Ruud multidisciplinar que alternaba fútbol, piscina y tenis. Educado y humilde como hoy, de sus trapos sucios sólo sale a colación la rotura de un retrovisor de un balonazo. No bebía, no fumaba; su único vicio era escaparse a ver los partidos del Ajax al antiguo Olímpico.
Su actual gran complexión empezó a desarrollarse a los 14 años, fecha hasta la que no destacó. La pujanza de Van Nistelrooy, cuentan sus paisanos, fue arrastrándole de Geffen. Primero a Oss y esos viajes en bicicleta para jugar en el Margriet; luego para coger el autobús destino a Den Bosch, su primer equipo profesional. A los 18 años, el fútbol arrancó a Van Nistelrooy de sus raíces. "Pero él nunca las perdió", cuenta Ronny. Da fe de ello su elección de la iglesia local para contraer matrimonio con su novia, natal de Heesch, otra localidad limítrofe. "Aquel día estaba todo el pueblo allí, nadie quiso perdérselo", recuerda Frank.
El apellido Van Nistelrooy no ha volado de Geffen. Su padre, Martin, y algunos de sus tíos mantienen la residencia. Se les trata como unos vecinos más, pues en dicha localidad tiene un recto sentido del respeto por la intimidad. De hecho, no hay ostentación ninguna del hijo pródigo a lo largo y ancho de las pocas calles que rodean Geffen. "Hay un vecino de 60 años cuya casa es un museo por dentro. Tiene muchas cosas de él, pero no le gusta que nadie vaya a verlo", relata Frank, y este periódico puede dar fe de ello.
"¿Que si Ruud ayuda económicamente al pueblo? Eso mejor se lo preguntas a él", habla entre risas Juan, que le vio crecer junto a sus hermanos Ron, el mayor, y Anneke, la benjamina de la casa. En su silencio entre líneas se aventura la respuesta.
"Volverá al pueblo antes o después", sueña Frank, que se alegra de que la concentración del Málaga en Mierlo le haya acercado a su cuna, aunque no haya sido presencialmente. Donde ya no podrá regresar y pasar desapercibido será en el viejo León de Oro, la cafetería que le reunía en sus años de infancia con sus amigos para tomar refrescos y soñar con ser un futbolista profesional.
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