Mil y una historias

Seguir creyendo

SE pierden muchos partidos antes de haberse jugado por una preocupación desmedida que inmoviliza a los actores. Se diría que muchas personas tienden a ponerse la venda antes que la herida. Los pesimistas ven fantasmas antes de que las dificultades reales aparezcan. El exceso de ocupación enfermiza es un síntoma inconfundible de que los desconfiados necesitan esa sensación de control para sentirse más seguros. "¡Por lo que pueda pasar...!", es la fase típica de todos los preocupados. Y su aparente seguridad se basa en la expresión universal que a muchos nos estalla en los oídos: "¡A ver si…!".

Un caso típico de preocupación antes de tiempo es esta historia: "Un hombre quiere colgar un cuadro. El clavo ya lo tiene, pero le falta un martillo. El vecino tiene uno. Así pues, nuestro hombre decide pedir al vecino que le preste un martillo. Pero le asalta una duda: ¿Qué? ¿Y si no quiere prestármelo? Ahora recuerdo que ayer me saludó algo distraído. Quizá tenía prisa. Pero quizá la prisa no era más que un pretexto, y el hombre abriga algo contra mí. ¿Qué puede ser? Yo no lo he hecho nada; algo se habrá metido en la cabeza. Si alguien me pidiese prestada alguna herramienta yo se la dejaría enseguida. ¿Por qué no ha de hacerlo él también? ¿Cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan a uno la vida. Y luego todavía se imagina que dependo de él. Sólo porque tiene un martillo. Esto ya es el colmo. Así nuestro hombre sale precipitado a casa del vecino, toca el timbre, se abre la puerta y, antes de que el vecino tenga tiempo de decir buenos días, nuestro hombre le grita furioso: ¡Quédese usted con su martillo, so penco!".

¿Tiene algún sentido angustiarse antes de tiempo por aquello que todavía no ha ocurrido? Personalmente, no soporto a los personajes que se dedican al control de los demás ni a la gente que hace todo lo posible por tener siempre razón. Uno acaba harto de frases hechas, hasta en las retransmisiones deportivas: "¡Peligro, peligro…!"; "¡Uy, uy, uuuuy…!"; "¡Cuidado con…!"; "¡Deberíamos prohibir que…!"; "¡Hay que…!"; "¡Ya te dije yo que…!"; "¡Y si…!". Un conjunto de frases sincopadas utilizadas por los asustadores oficiales. Y todo en nombre de esos dioses modernos de los burócratas: la preocupación y el control.

Y aquí cuento mi historia personal: En el famoso ascenso a Segunda teníamos que ganar por mas de tres goles. La semanita que pasamos hasta que llegó el partido fue muy curiosa, pasó de todo. En el primer entrenamiento de la semana bajó al vestuario nuestro presidente, que quería cesar al entrenador. Salvamos el primer match ball convenciéndolo entre todos de que no era lo más adecuado a falta de 3 días para el gran partido. Los días siguientes entrenamos en La Rosaleda con sonido ambiente con la gente insultándonos, para que nos acostumbráramos y no sintiéramos la presión negativa. El día del partido tuvimos el gran dilema de si ir al estadio con los coches o no, porque si no ascendíamos seguramente nos los iban a romper todos, pero fuimos con los coches. Dentro del vestuario nos mataban los nervios y buscamos cualquier tipo de artimaña para sacar ventaja; le clavamos a un póster del Málaga CF una aguja en la cabeza a Campuzano, que en el calentamiento de su equipo se abrió la cabeza con un compañero y jugó bastante mermado. En el partido ni te cuento cuando nos empataron a uno, fue para morirse, pero algunos de nosotros seguimos creyendo en el milagro y el final para qué lo voy a contar si ya lo sabemos. Hay que seguir creyendo en este Málaga hasta el último momento.

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