La banda de Demichelis (0-2)

Sevilla-málaga

El Málaga asalta el Sánchez Pizjuán en una perfecta segunda mitad tras sufrir de lo lindo hasta el descanso. El cambio de Sergio Sánchez por Iturra de Pellegrini revolcó el choque

José L. Malo / Málaga

15 de diciembre 2012 - 23:30

La banda que asaltó el Sánchez Pizjuán asestó un golpe de manual. Los cacos tenías roles muy específicos. Demichelis abrió la puerta del banco y luego la de la caja fuerte. Después Eliseu recogería las últimas joyas. Entre Jesús Gámez y Joaquín burlaron a Fazio, torpe policía. Y en la sombra, Manuel Pellegrini, zorro viejo en estas lides, el artífice del plan. Cuando vio al descanso que el atraco iba a quedar frustrado, movió dos fichas y sacó del tablero a un Sevilla que había dominado con insultante superioridad. Iturra fuera, Sergio Sánchez dentro y Micho a un puesto que le encanta: el de sheriff. Se colocó el pasamontañas y el Málaga domesticó el huracán.

Al argentino se le queda pequeño el puesto de central al uso. Quiere más, su alma de líder se lo reclama. A él le gusta bailar un tango con el peligro. En ese estado de levitación anímica es capaz de inventar caminos o de quedar en vergüenza en sus dominios. Micho guapo, Micho feo, ya se sabe. Esta vez no tocó la versión buena, sino la superlativa. Porque su ego bien encauzado es un arma poderosísima para el Málaga. Puede ser a la vez un central entonadísimo, un medio centro destructor y un canalizador de fino toque. Y lo fue. Sus tres cabezas revivieron a un Málaga bajo los efectos del Prozac en la primera mitad. Todos sus compañeros crecieron en torno a su figura. El jefe, dentro del banquillo, trazaba una sonrisa ladeada.

La historia, un remake de la ocurrida en Getafe la temporada pasada, se explica con ese enroque al descanso y con la poca autonomía del vendaval sevillista, que duró media hora y sin puntería. Parecía que este Málaga poco le podía descubrir a sus aficionados; en los registros buenos y en los malos. Pero no. De estos últimos se conocían los partidos maniquí, mucha posesión pero horizontal y sin mirar a puerta; los partidos de ciego, un aluvión de llegadas con mala puntería. Desde ayer, existen los partidos pijama. Justo como el arranque de la pasada Liga, el Sevilla se merendó al equipo de Pellegrini, que fue una continua pista de aterrizaje para los hispalenses, que encararon cada aproximación como un avión. De hecho, lo mejor que hizo el Málaga en la primera mitad fue llegar vivo al descanso. Dos tiros al palo en contra y un sinfín de embestidas del búfalo Negredo dejaron el área de Caballero como si por allí hubiera corrido el caballo de Atila. Posesión, ocasiones, mando, hambre; todas las virtudes blanquiazules en manos del rival, que le suplantó la personalidad.

La cara B, quién lo diría, cambió la melodía futbolística de los de Míchel por la música de terror liderada por Demichelis. Fueron 45 minutos de medio centro perfectos. Con solo cuatro arregló la noche. Primero con un regate de tacón en la frontal, génesis del córner que cabeceó a gol dejando a Spahic sin salto y haciendo inerte el de Negredo. Como los líderes de las bandas, dio el golpe de gracia y luego dejó a sus compañeros que saquearan a su paso. Joaquín, Eliseu, Santa Cruz, luego Saviola, todos empezaron a parecerse a sí mismos y a sembrar el caos en las inmediaciones de Diego López. La pillería de Jesús Gámez dejó a Joaquín corriendo hacia la portería y recordó que lo que pierde a Fazio es la toma de decisiones. Penalti, expulsión y gol. Joaquín se hizo el dolorido a la espera de que alguien tomara el esférico. Cuando todos miraban a Isco, ahí apareció Eliseu para dejarles boquiabiertos. Pura sorpresa. Pero el rey de los locos se vuelve cuerdo en sus dominios. Decidió el golpe de interior. Perfecto, no había motivos para el temor previo.

Acto seguido, el jefe no plegó velas, azuzó a los suyos a que hurgaran dando entrada a Saviola por Joaquín. Los ataques del Málaga pasaron a ser de cinco y hasta seis futbolistas. Al Sevilla se le había parado el reloj al descanso, no hubo opción para la reacción más allá de ese binomio de bichos que componen Cicinho y Jesús Navas. A esa zona también llegaba Demichelis, que gestionaba el tráfico a su antojo. Si no llegó el tercero fue porque cada uno buscó la gloria por su cuenta en el festín. El jefe, dentro del banquillo, trazaba una sonrisa ladeada.

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