El día de la magia roja
LOS vendedores callejeros de banderitas, gorros y vuvuzelas esconden el stock albiceleste en el mismo lugar donde metieron el canarinho. Y los alrededores de Ellis Park, en uno de los barrios chungos de Johannesburgo, se colorean de rojigualda. El atasco debate gira en torno a las combinaciones para la final: Holanda-Alemania, Alemania-Uruguay, Uruguay-Holanda, España-Holanda, España-Uruguay... Un momento, ¿y Paraguay-Uruguay?, salgo al corte, a lo Puyol, más que nada porque mi mp3 y María Villalón se han quedado sin batería.
Ayer le di un significado nuevo a un término que he venido oyendo de bocas de nuestros jugadores, y del seleccionador, durante todo el campeonato: humildad. La mañana del partido la ocupamos en conocer algo de Soweto, el barrio-distrito donde se gestó el fin del apartheid. Un lugar de uno o dos millones de personas que son más o menos pobres, pero todas humildes. Una ciudad de chabolas, un pueblo de infinitas casas matas. Mañana os contaré en profundidad, que hoy andamos de resaca.
Hoy somos La Azul, y a mí me gusta. En el fondo, somos España. Toda España. Tan emocionante es andar viviendo este Mundial en Sudáfrica como imaginar lo que cuentan los amigos, la familia, del sentir nacional en nuestro país. Por fin estaremos de acuerdo en que esto es más que fútbol. Y que las banderas colgadas en los balcones de nuestras ciudades son muestra de una ilusión. Me viene a la mente la frase que llevan tatuada en su autobús los futbolistas: "La ilusión es mi camino, la victoria mi destino". Quedan tres cuartos de hora para que el partido empiece, no sé qué hace Paraguay calentando y nosotros en la caseta. La tribuna de prensa es un hervidero de twitts (red social de internet, para los profanos) sobre Argentina y en recuerdo cariñoso a Maradona. Salta España y el campo está repleto de nuestras banderas (los callejeros se han forrao). De Argentina solo repetiré lo que dije el primer día: defensa de barro y boca muy abierta. Mala combinación todavía con el Pipa y Messi.
Le digo a alguien que estoy preparado para escribir historia o tópicos y me mira mal. ¿Es Álvaro Benito el que canta la canción ésta de pasar de cuartos? Qué pena que haya hecho más carrera musical que en la zurda del Real Madrid, con lo bueno que era. Hablo del cantante de Pignoise (¡¡aaaaah!!). Tenemos una asignatura pendiente con nuestro himno. No nos sabemos los acordes. Por eso de que a veces ponen el largo y a veces el corto. Menos mal que la letra es fija: "lala, lala...". La FIFA reparte a los de la RFEF por siete sitios distintos: la ventaja es que veré el partido solo. Así no tengo que hablar con nadie. Hoy lo prefiero. Ya daré abrazos, si procede, al final. Cotilleo en los ordenadores de los compañeros y el interés periodístico se centra en las fotografías e imágenes de las chicas paraguayas y españolas. Eso es tensión informativa, sí señor. La cámara de televisión que cuelga del aire tiene vida propia... ¡¡¡Y enfoca, en primerísimo primer plano, un trasero!!!
Me cuentan que una entrada para semifinales y final está en torno a los 1.000 dólares. Las que quedan disponibles. No me extrañaría que se agotaran. No pienso en el dato. No pienso en semifinales: ganar a Paraguay, ganar a Paraguay, olvidarse de Al Gandhour, de Joaquín y de Helguera poseso, de los sobacos de Camacho, ganar a Paraguay... Cómo me gusta Shakira; su canción del Mundial, también. Los capitanes leen un mensaje contra la xenofobia: ¿Cómo ha terminado Iker Casillas su frase? Bueno, mejor no pregunto. Los himnos y al fútbol.
Empiezan pegajosos, el partido me pide bandas, velocidad y balones al desmarque para superar el agobio. Y nuestro arte: circular el balón. Nos lo van a poner difícil porque vienen a destruir y buscar los penaltis. No veo a Iniesta ni a Xabi Alonso. Demasiado balón para Puyol y Piquenbauer. El cuero, a la hierba por favor. Otra vez a sufrir de lo lindo: por la historia. Quince minutos, nueve tíos metidos atrás y dos para salir a la contra. No juegan nada, pero están consiguiendo que nosotros tampoco. Jugando a lo nuestro los vamos a cansar, supongo. No sé. Villa es nuestro puñal. Si tocamos, el hueco va a aparecer. No sé si tiemblo de frío o de nervios. De nervios, y más cuando nos pillan a la contra y no rematan por el flequillo. Bueno, dos o tres flequillos. Pero no me gusta cuando llegan con tres o cuatro. Cuando jugamos en corto caemos en su trampa. Otro balón por alto. Pitan fuera de juego y habían marcado gol. La repetición: silencio. Final de la primera parte. La vida sigue igual. A sufrir.
Empieza la segunda y me aislo del juego. La verdad: esto no tiene buena pinta. Me pasa por la cabeza todo el fútbol de mi vida. El del Colegio Las Mercedes y las ligas en San José de Calasanz; con mis colegas de siempre en Santa Rosa de Lima, que ganamos la Liga Municipal y tó; nuestro Juanito Maravilla, Emilio Butragueño, el gol de la Séptima, la Eurocopa de Viena, mis dos años de vida en el Real Madrid... Todo aquello me llevó aquí. Pienso si dentro de cuatro años esto del fútbol me pillará mayor. Son sólo cuatro años, y Brasil. O tres días, y Durban. Para Iker el penalti (éste es su momento) y salto de tensión. Nos dan otro a nosotros y tiemblo. Marca Xabi Alonso y repetimos. Esto no es sano, esto no es sano. Busco el corazón de Rosety cuatro filas más abajo. Cagontó Xabi. Del Bosque lo cambia, sale Pedrito y juega el Barça. Guardiola, en la grada. Un palo, dos palos, tres palos... ¡¡¡¡¡¡Villa!!!!! No puedo más... ¿Cuánto queda? ¿Cuánto queda, por favor? Empiezan a mover el balón sin que los paraguayos lleguen. Tres minutos, no, cuatro. Tres. Dos. Uno. Al fin lloro de alegría (el final es de Miguel Delibes, conste).
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