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Una intensidad mal encaminada

  • Las excusas de Mourinho se levantan como una gran columna de humo que no tapa la evidencia de que el Madrid no carbura cuando visita a defensas cerradas y organizadas · Faltan alternativas a Cristiano

Toda la intensidad que desprende el Real Madrid alrededor del terreno de juego, siempre con José Mourinho como maestro de ceremonias, es la que se echa de menos sobre la hierba. No lo ha dejado caer un aficionado de Torrelodones en una peña, lo ha hecho el gran capitán, Iker Casillas: el equipo deja pasar demasiados minutos sin apretar de verdad, y sólo lo hace cuando se ve apurado y peligra la victoria. Volvió a ocurrir en Riazor, donde los blancos sumaron su tercer empate a cero de la Liga como visitantes. Y mientras Mourinho ve gigantes amenazadores donde todos -salvo la prensa al servicio de la causa- ve molinos de viento, el Barcelona se vuelve a escapar a siete puntos de ventaja.

Las cuentas del perseguidor pasaban por ganar en La Coruña, hacerlo también en el Bernabéu ante el Málaga de Pellegrini y que el Barcelona fallara en las dos salidas consecutivas que debía acometer, a Mallorca y Valencia, para que volvieran a pelear codo con codo. De momento, las previsiones del fin de semana salieron rana... ¿Y por qué?

Vale que el Real Madrid debió ganar, que de diez veces que se diera el partido de Riazor, en nueve hubiera salido el dos en la quiniela... pero mal harían los blancos en caer en esos lamentos y orillar la autocrítica: el Madrid sufre demasiado para ganar fuera de casa a los equipos modestos que se cierran bien ordenados y se dejan el alma en cada pelota. Bajo este guión, tan viejo como el mismísimo fútbol, empató a cero en Palma de Mallorca, en Valencia ante el Levante y en La Coruña. Y empató a uno en Almería. Y cayó en Pamplona ante Osasuna. Once de los catorce puntos que se ha dejado en la cuneta se esfumaron por la impericia del Madrid para descerrajar pobladas defensas.

Muchos de esos actores secundarios que se sostuvieron en pie ante el coloso blanco fueron un guiñapo cuando apareció el Barcelona por su feudo: el Mallorca cayó por 0-3 el pasado sábado; Osasuna lo hizo también por 0-3 aquella noche en que el Barcelona se subió al autobús, en Zaragoza, tres horas antes de que el árbitro ordenara el inicio del partido en el Reyno de Navarra; el Deportivo cayó por 0-4 ante el bloque de Guardiola, y el Almería encajó el doble de goles que el equipo de Lotina (0-8).

En este contraste en la respuesta fuera de casa, más el 5-0 del clásico en el Camp Nou, radica la diferencia del Barça con el Madrid, que si se mantiene vivo en la lucha por el título, es por su pleno de victorias en el Bernabéu, que se opone a los dos borrones barcelonistas ante Hércules (0-2) y Mallorca (1-1).

Bien haría Mourinho en dejar de cargar contra técnicos (Preciado le tapó la boca de la forma más elegante, empatando con el Barcelona en El Molinón), árbitros y supuestos tratos de favor al rival en el calendario, y solucionar su atasco ofensivo: el Barcelona suma 21 goles más, y ésos son muchos goles. El sábado, el trío Messi-Villa-Pedro superó en producción goleadora (56 tantos) a todo el Real Madrid (55), un golpe bajo al orgullo blanco.

En los primeros meses de Liga, la diferencia en la suerte suprema del gol no era tanta entre los dos aspirantes. Higuaín seguía resolviendo como en años anteriores, y Cristiano es Cristiano. Pero hoy, el Madrid echa de menos a Higuaín (llevaba 7 goles en 12 partidos, hasta que su espalda dijo basta), se desespera por la irregularidad de su principal sustituto en la punta de la lanza, Benzema -otro fallo grosero en boca de gol ante Aranzubía- y como Adebayor nunca fue un goleador puro, las miradas se centran más que nunca en el rey de los focos, Cristiano Ronaldo. ¿Qué le pasa al prodigio de Madeira? En el seno del club se apresuran a desmentir que esté cansado, que incluso su privilegiado físico acuse que haya jugado todos los minutos de Liga y que sólo se haya perdido un partido de los 40 de su equipo esta temporada, la vuelta de Copa ante el Levante. Pero lo cierto es que el portugués lleva cuatro golitos en sus últimos 12 encuentros oficiales.

Además de todo eso, Kaká se antoja un chino en el zapato más que un recurso alternativo. El brasileño, hoy, no puede quitarle minutos a Özil o Di María, por mucho que éstos necesiten descansar. No son pocos los cabos que Mourinho debe agarrar y atar en su vestuario si quiere recortar puntos al Barcelona. Pero él prefiere airear sus quejas por todo lo que rodea a la hierba, no por lo que sucede en ella. Una intensidad ésta mal encaminada...

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