El 'tiqui-taca' hipnotiza Europa

El 'tiqui-taca' hipnotiza Europa

27 de junio 2008 - 05:02

Y España está en la final rezan todos los titulares. Cuarenta años de tinta sudada y escrita, de lágrimas de esperanza y de amargor, de saltos de alegría y rodillazos de desesperación y aquí estamos, en la maravillosa Viena, en la final soñada y ante Alemania nada menos. Ni todo el oro de Moscú pudo con la exhibición de juego, alma y fútbol que la Roja tuvo a bien ofrecer a toda Europa y a la siempre ensimismada princesa. Todo un continente que sospechaba de nuestras calidades pero que nunca creyó en las posibilidades de los hombres de Luis, y nadie se lo podía reprochar.

Ayer, el día más importante, contra Rusia, la Roja le enseñó a Europa el significado del tiqui-taca, el amor por la pelota y el buen juego. El modelo que enamora a los puristas, que embelesa a rivales, aficionados e incluso al balón, que agradece la dulzura del toque de los medios rojos, o amarillos si hay que ponerse. España se había acostumbrado a aquella frasecita martilleante de jugar como nunca y perder como siempre. Pero tenía que llegar el día en que una generación de superdotados nos llevase a la cima con el tiqui-taca como leit motiv.

Una broma del destino, desgraciada, dejó al equipo huérfano de Villa y de su pólvora, pero el equipo recuperó el dibujo que nos trajo. Cesc pegó un par de saltitos, evitando los truenos, y salió a recuperar la posesión del balón, para colgarnos del balcón del área de Akinfeev. El gunner jugó donde más le gusta, con la libertad que requiere su carácter de futbolista con alma. El joven portero ruso, el más joven del campeonato, veía como una manada de amarillos empezaba a invadir su horizonte. España se fragilizaba en defensa pero qué diablos, no hay mejor receta para evitar la frescura esteparia de las piernas rusas que la de hacerles correr como pollos sin cabeza. Y el fantasma del gran Yashine cabizbajo y batido por Marcelino aparecía en las nubes rusas.

Arshavin, desaparecido

En plena marea gualda, color maravilloso, Xavi, la raíz del concepto, la base sobre la que gira la idea del juego español, metió el gol liberador, el primero que mete España en una semifinal desde hace dos décadas. Después llegó el baño con Silva, Iniesta, Fábregas y Senna imperiales, y una vez y otra y otra, para hipnotizar a los rusos nuevos y viejos, nacionalistas y comunistas, Abramovich y Putin. Y hasta Hiddink tuvo ganas de aplaudir.

Luis ha conseguido, y nadie podrá discutírselo, forjar un bloque sin fisuras, que llega por una vez a la cita a su máximo nivel de calidad y concentración. Ayer, Sergio Ramos mostraba su jerarquía, nunca olvidada, ante el elástico Zhirkov, Casillas pasaba una noche tranquila sin cantar bajo la lluvia, y los centrales hundían la cotizaciones rusas. El brillante Arshavin anduvo desaparecido y nunca pudo aguantarle la mirada a Puyol, y es que para ser estrella hay que pasar por todo, hasta por el gulag. Y Alemania ya espera en nuestro Prater talismán con un ruido en la cabeza: tiqui-taca, tiqui-taca, tiqui-taca.

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