Santiago Carbó Valverde

Catedrático de la Universidad de Granada y director de Estudios Financieros de Funcas

El Banco Central Europeo, España y Andalucía

Todos los niveles de la Administración se enfrentarán a considerables retos en los próximos meses sin que la política monetaria trazada en Fráncfort sea ya un viento de cola

Christine Lagarde, presidenta del BCE.

Christine Lagarde, presidenta del BCE.

SEMANAS de vértigo en la economía global y en los mercados financieros. Demasiados factores interviniendo en el juego con efectos muchas veces contradictorios y que generan por esa naturaleza aún más incertidumbre: salida de la pandemia (ya casi olvidada por una gran parte de la población), guerra cruenta en Ucrania que se prolonga y un proceso inflacionario –iniciado por los dos primeros factores– que parece que desborda expectativas y que lleva a las autoridades (gobiernos y bancos centrales) a intentar reducir el crecimiento de los precios “disparando contra todo lo que se mueve”. Se adoptan numerosas medidas por gobiernos nacionales y autoridades monetarias. No todas tienen eficacia. En todo caso, los nervios aún están más en muchos de los análisis y sentimientos más que en la realidad pura y dura. Por ejemplo, la inflación es muy preocupante en todo el mundo, pero recesión lo que se llama recesión aún no se ha generalizado, aunque el fuerte proceso de desaceleración, junto a lo que apuntan los indicadores adelantados de actividad económica, nos haga pensar que los riesgos a la baja nos pueden acercar a la recesión en muchas partes del mundo.

Esa evolución negativa esperada llega con un mercado de trabajo con desempleo en mínimos en muchas economías. Más resistente a los vaivenes de la economía. En el ámbito europeo, con muchas peculiaridades, los gobiernos nacionales y la Comisión Europea están intentando aplicar medidas –con eficacia desigual– para rebajar el elevado aumento de combustibles, luz, gas y productos básicos para familias y empresas a la vez que se promueve el ahorro energético. A veces se aplican a toda la población y empresas en lugar de ser más quirúrgicas, como habría sido centrar los apoyos en los sectores más vulnerables. Se está a tiempo de corregir y centrar los esfuerzos en ahorrar energía y en apoyar a sectores específicos.

En todo caso, el gran foco de los últimos días está en los bancos centrales. Deben intentar cambiar las expectativas de los agentes económicos hacia una inflación que disminuya en los próximos meses y en 2023. Poco pueden hacer frente al coste de la energía –salvo en la parte del “enfriamiento de la economía” que suponga una reducción del consumo de energía– pero sí que puede ayudar. El BCE subió este jueves los tipos un 0,75%, con lo que el precio del dinero se sitúa en el 1,25%. El lenguaje empleado por Fránfort es de guerra total a la inflación con unas previsiones macroeconómicas notablemente más pesimistas. El BCE se une algo tardíamente, pero ya de pleno, a los movimientos del resto de bancos centrales. Parece que la Reserva Federal estadounidense, el Banco de Inglaterra y el Banco Central Europeo, entre otros, estén en una carrera de relevos. Cada reunión de uno de ellos con subida de tipos es seguida por otra con un aumento en el mismo sentido. Y así seguirá durante un tiempo. Probablemente, esta suerte de competición –aunque cabría mejor entenderla como una lucha de todas las autoridades contra una inflación elevada en el mundo– terminará cuando las señales de recesión lleguen, probablemente en Estados Unidos primero, ya que allí se inició el nuevo ciclo monetario restrictivo.

En cuanto a los efectos, habrá que esperar a ver si el euro frena su caída respecto al dólar con la subida de tipos de esta semana. Vendría bien no encarecer más las compras de energía, que se realizan en la divisa norteamericana. En cuanto a los efectos más cercanos, en la economía española y andaluza, el encarecimiento de hipotecas y otros créditos –los ya existentes con tipos variables lo están recogiendo ya, como se observó con el marcado crecimiento del Euríbor en agosto–, junto a otros factores, incertidumbre creciente incluida, llevarán a un “enfriamiento” adicional de la economía. Aunque nuestro país tiene una menor dependencia del gas ruso y las temperaturas en invierno son, en general, menos duras, su economía no es inmune a todo lo que va a acontecer en Europa. Se debe estar preparado. Por ahora, el mercado de trabajo resiste –mucho mejor que en la crisis financiera– y el puntal de la industria turística está ayudando. Sin embargo, para 2023 habrá que ver qué ha pasado con el resto del continente para mantener la fuerte demanda turística de nuestros socios europeos. Por otro lado, los ahorradores se beneficiarán de esta subida de tipos. Se notará en las remuneraciones de los depósitos. Un nubarrón potencial será la deuda soberana. En un contexto de subida de tipos, la vehemencia del BCE por priorizar la lucha contra la inflación puede tensionar la deuda pública. Ya se ve en Italia, con gran incertidumbre política. Es importante que España reduzca innecesarias incertidumbres políticas y apueste por medidas que fortalezcan la resiliencia del país.

Por su parte, Andalucía estará en la misma línea de España, con un “enfriamiento” proveniente de las mayores restricciones financieras, aunque con sus peculiaridades, como un clima más benigno –clave en el consumo energético de invierno–, un impacto (positivo) más marcado de la industria turística y una mayor estabilidad política a casi cuatro años, aunque un mercado de trabajo con niveles superiores de desempleo. La desaceleración podría ser algo menor que en el conjunto del país, pero nadie es inmune, sobre todo por lo que pueda acontecer con la demanda que viene de Europa. A todos los niveles de administración pública, Europa, España y Andalucía se enfrentan a considerables retos en los próximos meses, en los que el BCE ya no será un viento de cola.

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