Perfil

El caballero audaz

  • El Suárez más brillante y de mayor dimensión histórica es el que va desde su nombramiento como presidente en julio de 1976 hasta la proclamación de la Constitución en diciembre de 1978.

A pesar de los intentos revisionistas puestos en marcha en los últimos años, la Transición constituye, posiblemente, el mayor éxito colectivo de España desde la formación del imperio en el siglo XVI. Lo fue porque permitió al país salir de una dictadura instaurada sobre el enfrentamiento fratricida de una nación y llegar a una democracia homologable con las de la Europa de mitad del siglo XX, que representaban el triunfo de la libertad y de los derechos humanos. Ello, además, sin otras convulsiones que las derivadas de un terrorismo separatista propiciado por un nacionalismo vasco cerril y patatero, de una crisis económica que se arrastraba desde los primeros años setenta del pasado siglo y por algunos estertores del franquismo, fueran en forma de terrorismo de extrema derecha o de lo que en aquellos tiempos se llamó el ruido de sables.

Necesidad de libertad

Se trata, sin duda, de un triunfo colectivo que hay que incardinar en el progreso que experimenta España a partir de los años sesenta y que sirve para crear una poderosa clase media que progresivamente va adquiriendo conciencia de la necesidad de libertad, pero que no quiere poner en peligro el bienestar económico y social conseguido. Esos anhelos de millones de españoles son los que dan lugar al fenómeno del cambio pacífico de régimen y tiene en tres personas y tres funciones diferenciadas la clave para que el objetivo se cumpliera. El Rey es el motor y Torcuato Fernández Miranda es el estratega. Pero el ahora fallecido Adolfo Suárez es el costalero que carga sobre sus hombros todo el esfuerzo de llevar adelante el proceso y que, con una audacia y una nobleza propias de un caballeros medieval y un sentido innato de la política muy poco común, logra conducirlo con maestría. Los tres son imprescindibles para comprender el complejo camino que lleva desde el 22 de noviembre de 1975 (proclamación del Rey tras la muerte de Franco) hasta el 28 de diciembre de 1978 (entrada en vigor de la Constitución tras el referéndum en el que todas las fuerzas políticas pidieron el sí).

Desde mucho antes de la muerte del dictador, incluso desde antes de proclamación en 1969 como sucesor a título de Rey Juan Carlos sabía que o ponía la Corona al servicio de la instauración de un régimen de libertades o estaba condenado a ser barrido por la historia tan pronto como alcanzara el trono. En su preceptor Torcuato Fernández Miranda, catedrático de Derecho Constitucional y una de las inteligencias más privilegiadas del franquismo, encontró la persona capaz de diseñar, desde la brillantez jurídica pero también desde el más absoluto cinismo político, el camino para ir "desde la ley a la ley pasando por la ley" y permitir que un Rey que había jurado los Principios Fundamentales del Movimiento se convirtiera en el Monarca constitucional con más larga trayectoria en la historia de España.

Escalando puestos

Pero ni el empeño del Rey ni la habilidad profesoral de Torcuato hubieran servido de mucho si no les hubiera tocado la lotería de Adolfo Suárez. Nacido en 1932 en un pequeño pueblo de Ávila, de familia republicana, Adolfo Suárez había empleado buena parte de su juventud y sus primeros años de madurez en medrar dentro del aparato político del Movimiento Nacional. Era un apparatchik de libro, que fue escalando puestos a la sombra de Fernando Herrero Tejedor, prototípico dirigente franquista, hasta alcanzar la dirección general de RTVE. Ese puesto le permitió tejer una amplia red de contactos en el corazón del régimen que luego le serían de gran utilidad. Pero sobre todo, le puso en bandeja una relación frecuente con el entonces Príncipe Juan Carlos, que acababa de ser nombrado por Franco como su sucesor y al que el joven Suárez hizo una magnífica campaña de promoción pública desde la única televisión que existía entonces.

Juan Carlos conectó con Suárez -eran hombres de la misma generación y miraban el futuro de una forma similar- y desde entonces lo tuvo siempre presente como una de las personas con las que contar en el futuro. Fruto de esa relación es el camino que lleva a Adolfo Suárez a jugar un papel destacado en los últimos años del franquismo con hechos que van situándolo en el, por decirlo así, ala más abierta del Movimiento. Cabe anotar dos hitos que lo proyectan: su brillante discurso en defensa de las Asociaciones Políticas y su victoria sobre el yerno de Franco, Cristóbal Martínez Bordiú, en una elección para cubrir una vacante del Consejo Nacional del Movimiento.

Pocos meses antes de la muerte de Franco y de la mano de sus mentores Herrero Tejedor y Fernández Miranda es aupado a la vicesecretaría general del Movimiento y se convierte en ministro en el primer Gobierno del posfranquismo, presidido por el duro Carlos Arias Navarro.

El diseño de lo que debe ser a partir de ese momento la evolución de España hacia un régimen de libertades está ya no sólo en la cabeza sino también el las actuaciones de los tres protagonistas de esta historia: Juan Carlos logra echar a Arias Navarro y Fernández Miranda, manejando con una habilidad que todavía hoy sorprende al Consejo del Reino, consigue ponerle en bandeja al Rey el nombramiento de Adolfo Suárez.

La noche de Suárez

La vuelta a la tortilla

Es el momento decisivo de la Transición. Suárez, que entonces tenía 43 años, se pone manos a la obra. Cuenta con ello con la absoluta confianza del Monarca, con el apoyo clave desde la presidencia de las Cortes de Torcuato y con muy poco más. Su nombramiento es acogido con manifiesto desagrado tanto por los liberales del franquismo (Fraga y Areilza se queda con la miel en los labios), por la oposición democrática y por la entonces muy poderosa prensa, que jugaba el papel que en una democracia normalizada le hubiera correspondido al Parlamento y a las fuerzas políticas. En un tiempo récord y utilizando para ello las habilidades comunicativas innatas en él y perfeccionadas en TVE logra darle la vuelta a la tortilla y conectar con aquella España que como él no había hecho la guerra civil y que quería para su país un tiempo nuevo. Suárez, en el mensaje televisado con el que se presentó al país, lo resumió en dos frases conceptos geniales que hicieron fortuna: "elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de la calle es sencillamente normal" y "que los gobiernos de futuro sean el resultado de la libre voluntad de la mayoría de los españoles". Con estos dos conceptos y con el talante abierto y limpio que supo dar a sus palabras se ganó la atención y el respeto de millones de españoles que vieron en él la persona que podía hacer el enorme trabajo de transformación política que el país demandaba en esos momentos.

España conoció entonces a un político único de una audacia sin límites y de una valentía pocas veces vista por estos lares. Los que se creían llamados a dirigir la política española tras la desaparición de Franco -léase Fraga y Areilza- le dieron la espalda convencidos de que el funcionario del Movimiento se estrellaría en pocos meses. Formó un gobierno de figuras de segunda filas, el conocido como gobierno de penenes, y con ellos se puso a la tarea de transformar una dictadura en una democracia. El propio Suárez lo resumió con una frase que refleja la complicidad de la tarea: "Había que conseguir cambiar todas las cañerías del edificio sin que el agua faltara ni un solo instante en los grifos y sin que hubiera escombros ni ruidos". Consiguió que las Cortes franquistas votaran su propia disolución, ganó el referéndum de la reforma política que tenía en contra a toda la oposición democrática, que en aquel tiempo apostaba por la ruptura, logró atraerse a los principales líderes de esa oposición y conseguir que pasaran por la ventanilla de legalización que él había diseñado, se enfrentó a la amenaza militar y legalizó al Partido Comunista porque sabía que sin él el reconocimiento democrático de España quedaría cojo. En definitiva, desmontó el franquismo y puso las bases para la construcción de la democracia con una habilidad, arrojo e inteligencia que todavía hoy, con la perspectiva que da el tiempo, estremece.

El Suárez más brillante es el que va desde su nombramiento en julio de 1976 a las primeras a la proclamación de la Constitución de 1978, pasando por las elecciones democráticas de junio de 1977. Son los dos años en los que España asombró al mundo. Luego, hasta su dimisión en enero de 1981, sigue siendo un político con grandes intuiciones pero es incapaz de construir un partido homogéneo y se equivoca en el diseño territorial del Estado. Serán sus grandes errores. Los personalismos destruyen desde dentro la UCD y el ansia del PSOE de ocupar el poder cuanto antes lo acosa desde fuera. Entre ambos, lo fulminan. El final de su trayectoria pública fue injusto e incluso cruel.

Dimensión histórica

Pero hoy, casi cuarenta años después de que los españoles comenzaran a oír hablar del oscuro funcionario del Movimiento que empezaba a escalar dentro de un franquismo agonizante muy pocos durarán que es uno de los principales políticos españoles del siglo XX y que sin él la Transición nunca hubiera sido el éxito que nos permitió abrir el periodo más largo de convivencia democrática que ha vivido España.

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