Feria de Málaga

Perdonen la tristeza: pausa para un respiro obligado

  • La bulla del centro y el real se resguardó ayer para recuperar fuerzas y encarar con brío lo que resta por delante · Lo que no lograron los terroristas quedó sembrado en el ambiente tras el accidente de Barajas · La Feria es como la vida: uno cree que la alegría dura siempre, pero a veces hay que pedir permiso

Hay días en que, sencillamente, no apetece ir a la Feria. Ni escribir sobre Feria. Me enfrento a esta página, todavía en blanco casi en su totalidad, mientras no paro de consultar los teletipos que van informando sobre el accidente en Barajas, y tengo la impresión de estar más allí que aquí. Qué le vamos a hacer. Parece que algunos compañeros de la redacción estuvieron a punto de tomar ese avión para cubrir el partido del Málaga en Las Palmas. Cada comunicado, cada condolencia, cada nueva cifra es una sombra pequeñita que se va adueñando del ordenador. Fuera, en la calle, la noticia cayó como un mazazo y a muchos, delante de mis narices, se les quitaron las ganas de fiesta a primera hora de la tarde, cuando se enteraron de lo ocurrido. En calle Nosquera, en Echegaray, en Alcazabilla, en la Plaza Mitjana, en Uncibay, en Carretería, en muchos sitios la Feria se concentró para no pocos en los transistores, que escupían los datos cada vez a mayor velocidad. La desazón que no lograron imponer los terroristas quedó ayer sembrada tras el accidente, especialmente cuando los números se hicieron descomunales. Ayer, precisamente, después del largo puente festivo, el nivel de bulla descendió tanto en el centro como en el real sensiblemente. Ocurre todos los años, este tránsito se hace más suave y los feriantes aprovechan para salir a la superficie, tomar oxígeno y emplear éste más tarde, hasta la traca final, en un fin de semana que se promete de órdago. Pero ayer, esta menor afluencia sabía a luto. El alumbrado del real se apagó un minuto, con silencio en la Caseta Municipal, a las 23:00. Otros silencios fueron espontáneos, siempre sobrecogedores. Hubo fiesta, claro, muchos no supieron nada y, a la vez, muchos de quienes sí se enteraron decidieron seguir adelante. Pero a otros se nos quitaron las ganas. Al menos ganamos una bonita metáfora: la Feria es como la vida. Uno cree que la alegría puede durar siempre, que el hormigueo en el estómago no va a decaer. Pero llega el momento en que lo más prudente parece ser pedir permiso, por mucho que el vino siga corriendo. Decía Leonard Cohen que cada hombre tiene su motivo para traicionar a la revolución. El mío para traicionar a la Feria es éste.

Así que, de entre todo lo sucedido ayer, me quedo con mi particular héroe de la jornada, Eduardo Punset, a quien pueden ver algunas páginas más adelante y quien recibió el tradicional galardón del Colegio de Farmacéuticos de manos, nada menos, que del ministro de Sanidad y Consumo, Bernat Soria. Por mucho que José Tomás cumpliera 33 años en La Malagueta y evocara para muchos la capacidad redentora de cierto judío de Nazaret (o salvamos el arte o nos condenamos todos), aquí un servidor tiene sus rarezas y de vez en cuando, en noches de insomnio, ha disfrutado viendo Redes. Y me gustó ver a este divulgador nato listo para dar guerra, con su recuperada cabellera rizada y su sonrisa enigmática, su camisa impoluta y su mirada de hombre sabio. Habría sido una buena oportunidad para producir y grabar un especial de Redes desde la Feria de Málaga, por mucho que los de Contraportada sigan en la brecha. Imagino a Punset entrevistando a antropólogos, economistas, físicos y biólogos en el páramo del real del Cortijo de Torres a primera hora de la mañana, discutiendo la racional irracionalidad del consumo en la Feria, las posibilidades de reproducción sexual en los humanos con tantos litros de alcohol encima o la identificación de las tribus urbanas con los trajes de corto. O no. No importa.

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