Feria de Málaga

Territorio de noctámbulos

  • El Real de Cortijo de Torres es un incesante ir y venir de gente que busca vivir emociones, ya sea en un cacharro, probando suerte en una tómbola o bailando en una caseta La noche es su momento álgido

DÍA 6. Aunque desde hace ya algunos años el recinto ferial se anima bastante de día, éste es fundamentalmente territorio de noctámbulos. Los que a las ocho de la tarde inician el camino de vuelta a casa, derrotados, con los pies rotos y el sudor pegado en la piel, se encuentran con los primeros que llegan, los padres, abuelos y tíos agraciados con el importante cometido de proporcionar a los más pequeños su noche inolvidable. Por eso, entre los que acceden al Real desde el aparcamiento de Los Prados las caras de emoción son la nota predominante. Es el principio de una velada que, a pesar de la corta edad de algunos, terminará de madrugada. No hay fatiga posible ante la sobrestimulación de luces y sonido.

Antes de que caiga la noche, la zona infantil de los cacharritos tiene ya bastante movimiento. La actividad y la aglomeración será febril un poco más tarde, cuando la luna llena de color anaranjado asome junto a las norias. Jesús hace la primera parada con su hija Carmen para subirla en un gusanito que dará vueltas por una pista que parece inocente y segura pero que la noche del miércoles dio un gran susto a tres niños y sus respectivos progenitores. Ajenos todos a cualquier tipo de peligro, la niña comienza su paseo y saluda con la mano a su madre y su padre, que la miran con cara de satisfacción. Luego vendrán otros cacharros antes de llegar a su favorito. "Quiero montarme en las cuerdas", dice la pequeña de dos años y medio, refiriéndose a los jumpings. Carmen salta como loca y disfrutando de las cosquillas que produce la bajada.

Pero un poco antes de cerrar su paseo por los carricoches, como una valiente, Carmen prueba la sensación de estar a casi 70 metros de altura en la noria gigante. Hay que esperar un rato largo en la cola y es ahí cuando la conversación fluye, un poco alejados de algunos altavoces ensordecedores. Un niño de seis años fabula con un viaje a la luna. "Cuando invente el coche volador podré ir al espacio", dice, convencido de que el futuro que le tocará vivir será radicalmente distinto a este presente. Ante la impresionante estructura que sujeta la noria no es difícil imaginar odiseas en otros mundos, pero los mayores también recuerdan cómo pensaban en el 2001 y qué poco se pareció a lo que vieron en las películas.

Una vez que la enorme rueda se pone en movimiento, demasiado pausado para el gusto de los temerarios, el Cortijo de Torres se va mostrando en una hermosa panorámica que va más allá cuanto más se sube. Y el juego consiste en localizar los hitos que se ven desde los cielos. "Esa es la torre del aeropuerto", "allí está la catedral", "esas son las grúas del puerto", dicen algunos en sus cabinas con aire acondicionado y cristales para no perder un detalle. Y el mar bañado por la luna, quieto e inmenso, hace contraste con el bullicio de abajo, con el ir y venir de la gente, pequeñas y atareadas, como hormigas en su colonia.

Siguen llegando personas al Real y lo que podía pensarse como una noche "floja", por tratarse de un día laborable en mitad de la semana, se convierte en un lleno. Porque si hay público en las atracciones, también están llenas las casetas temáticas, aquellas que dotan de programación cultural las noches del Real. En la Caseta Infantil pocos sitios quedan libre para ver la función teatral que todas las noches ofrece a las 21:30 para deleitar a los más pequeños. Y la Caseta de la Copla y la de Verdiales, con muestras de la Feria más autóctonas, son también un reclamo importante de público. En El Rengue, los mayores hacen suya la fiesta para demostrar que divertirse no obra sólo en poder de los jóvenes.

Quizás la búsqueda del lugar ideal para cenar sea la cuestión más complicada de la noche. Sobre todo para aquellos que no tienen ya su caseta de referencia. La clientela local aún desconfía de la calidad de lo que se come en Feria y del precio que le pueden poner a los platos que se demandan. Muchos optan por pedir consejo, y las cocinas tradicionales de algunas peñas y sus facturas económicas ganan la partida. Suelen ofrecer un buen surtido. No faltan los pescaítos fritos, las lágrimas de pollo, tan solicitadas para los niños, los pinchitos, otro clásico, las croquetas, el estofado de ternera y la tortilla de patatas. De verdura, pimientos y berenjenas fritas, gazpachos y ensaladas. Y los bocadillos o hamburguesas, también

Pero hay de todo en el Recinto Ferial. Porque también existen los que prefiere llevarse algo de picar desde casa, acoplarse en algún lugar entre las casetas y los paseos, y completar el círculo con algo dulce, unos buñuelos con chocolate, un gofre o un helado.

Esté más rica o menos la comida, eso será lo menos importante de la noche para niños y jóvenes. Los primeros porque frente a las chucherías y delicias rápidas que ofrecen los puestos tienen de sobra. Los segundos, porque buscar el mojito, el cartojal o las copas más baratas y mejores es lo fundamental. O bebe en el botellón que se monta a diario junto a la portada del Echegaray o en los aparcamientos. La crisis hace cada vez más populares este tipo de medidas para disfrutar gastándose lo menos posible.

Porque lo que está claro es que el bolsillo puede sufrir un serio revés en una sola noche en el Cortijo de Torres. Las atracciones infantiles cuestan 3 euros cada viaje, y ya se sabe cómo son de insistentes e inagotables las ansias de los pequeños. Pero en otras, las que ponen a prueba el valor del más pintado, el precio sube un euro o más. Luego están las comidas, que por muy rápida que sean también cuestan, y las bebidas, que a pesar de que la maceta de mojito cueste ocho euros en ciertas casetas, por un botellín de agua pequeño se puede pagar 1,5 euros.

Un globo con forma de Patricio, de Dora, Pocoyó o Bob Esponja vale cinco euros. Una inversión poco rentable si se escapa de las diminutas manos para volar lejos, muy lejos, de las luces del Real. Y los amantes de las tómbolas ya se pierden entre tanta oferta para apostar. "Sale mucho más barato comprar el peluche que ganarlo en la Feria", opina un padre ante la petición de su hijo, que quiere intentar pescar un patito amarillo en uno de los puestos. Por eso, el pequeño desiste y le pide a su madre que le compre un Pou. Por cinco euros, aunque el muñeco sea feo y de mala calidad, el niño es tremendamente feliz. Con su nuevo acompañante, con el que dormirá poco después, termina la velada camino de vuelta al coche.

Cuando el pequeño abandona el recinto muchos son también los que llegan. No hay descanso en las oleadas de gente que viene y va. Dentro de las casetas habrá música hasta el amanecer y las norias seguirán girando sin descanso. Sólo se vivirá una tregua con las primeras luces del día. Como vampiros, los noctámbulos emprenderán su recogida. Puede que mañana vuelvan de nuevo.

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